Restringido

Esperpento

Si Valle-Inclán levantara la cabeza, que todo puede ocurrir, se apostaría en el callejón del Gato a ver pasar a los políticos. La imagen deformada de estos reflejada en los espejos cóncavos le divertiría hasta partirse de risa y hacer rodar sus anteojos por el suelo. Sin poder contenerse, le preguntaría al que llevaba la rosa en el puño: «Oiga, joven, ¿le importa decirme adónde va tan decidido con esa rosa en la mano?». «¡Pues a pactar!, ¿adónde voy a ir?». «¿Qué va a pactar usted, si no es indiscreción?». «Pacto poder, poder municipal y poder autonómico, todo el poder que pueda». «¡Pues que usted lo pacte bien!», le despediría don Ramón María cortésmente, conteniendo a duras penas la risa. Este país no cambia –pensaría–, estos políticos, lo mismo que los héroes antiguos, reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. Lo inventó Goya, pero yo lo di a conocer. ¡Pactos, pactos! Pactos, ¿para qué? Alianzas imposibles de la rana y el escorpión. El sentido trágico y a la vez cómico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. Es lo que está pasando. Aquí siempre se pacta contra alguien. ¿Acaso puede darse mayor esperpento? No pactan para servir al pueblo, no, sólo buscan poder. Se les llena la boca con lo que llaman parcelas de poder, como si fueran huertos de lechugas. Al poder lo llaman pacto. Ganan así a escondidas el poder municipal que han perdido en las urnas. Ése es el juego de la política española, reflejada en los espejos cóncavos. ¡Mercadería barata! «Hombre, don Ramón, no exagere usted», le diría el periodista que pasaba por allí siguiendo al joven político de la rosa en la mano para ver con quién pactaba esa noche. «¿Que yo exagero, plumilla? –le imprecaría furioso el autor de ‘‘Luces de bohemia’’–, mírese también usted en esos espejos y vea su deforme y servicial figura encorvada. Repito lo que dije un día y, si quiere, puede tomar nota: España es una deformación grotesca de la civilización europea. Me refiero a la España política. ¡Ah! Y, para confirmar lo que le digo, mire al final del callejón del Gato. Sí, allí... Al político que usted sirve, con las prisas se le ha caído la rosa en el barro».