Elecciones en Estados Unidos

Expedientes X

La Razón
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Qué oportuno el director del FBI. Anuncia una investigación contra Hillary Clinton a diez días de las elecciones en base a unos correos electrónicos intervenidos al marido de una colaboradora de la candidata, que todavía no ha leído. Promete hacerlo, a ver qué encuentra, a ver si encuentra algo, nunca sabes; entre tanto Mr. Trump sonríe y sus partidarios agitan banderolas, no sea que al final haya prodigio y el más aparatoso pirado alcance la presidencia. El director del FBI, el señor James Comey, había exculpado a la señora Clinton el pasado verano. Con un discurso lamentable, al borde las lágrimas, ponía punto final a la investigación por el uso, supuestamente irregular, del correo electrónico por parte de la ex secretaria de Estado, que no discriminaba entre su «email» personal y el oficial a la hora de enviar mensajes. Visto lo visto, Comey cerró el caso en falso. Acosado por su mala cabeza y su conciencia, promete ahora nuevas y más prolijas indagaciones, flamantes revelaciones, noticias frescas, a falta de averiguar si Hillary quebrantó la Ley, transgredió la norma, incumplió sus obligaciones o, sencillamente, no hubo nada y ya informaremos del resultado a la vuelta de las elecciones. Su pirueta llegaba el mismo fin de semana en el que David Fahrenthold, del «Washington Post», publica un reportaje demoledor sobre las actividades caritativas de la fundación Trump. Unas caridades que, según Fahrenthold, empiezan la tarde de 1990 en la que Trump apareció en la inauguración de una guardería en Nueva York para niños con sida a la que no había donado un céntimo. Sentado en primera fila, entre los invitados que sí que habían contribuido económicamente, descubrió a tiempo que la mejor caridad comienza por uno mismo.

Desde entonces aplicó sus energías a crearse una biografía de multimillonario altruista que compaginaba con su matonismo de hombre orquesta y un ego desconcertante y épico. La decisión de Comey, discutible a la vista del magro fruto de sus viejas pesquisas y la ingente cantidad de dinero público gastado en nada, resitúa a Trump en la carrera justo cuando se le acumulaban los líos en ese hotel de los hermanos Marx que es su campaña. Colin Powel, John Negroponte, Condoleezza Rice o Mitt Romney, por citar algunos pesos pesados, ya han declarado su animadversión por el marrullero Trump, en la certeza de que pocas veces EE UU estuvo tan cerca de elegir presidente a un inepto. Trump, por su parte, compara el caso de los «emails» de Hillary con el Watergate. John W. Dean, asesor de Nixon entre 1970 y 1973, considera ultrajante la mera equiparación. Clinton pecó por descuidada; Nixon corrompió el sistema, abusó de sus prerrogativas, rompió la Ley por más sitios de los que aconseja el manual del buen mafioso, espió a sus oponentes y, en general, cometió algunas de las mayores vilezas atribuibles a un presidente. Nada de esto parece importar a un director del FBI convencido de que la verdad está ahí fuera y él nació para emular al merluzo del agente Mulder.