Pilar Ferrer

Falsos y tricolores

Falsos y tricolores
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Para empezar, esta definición de escrache es toda una falacia. La expresión pertenece a algunos diputados del PP, cuando aluden al movimiento que, en plena dictadura militar argentina, grupos defensores de derechos humanos clamaban por los desaparecidos. ¿Algo qué ver con España? En absoluto. Aquí subyacen otros intereses. Todo un plan antisistema cuyo objetivo es agitar la calle y cargarse el orden establecido. Ante las casas de Esteban González Pons, Soraya Sáenz de Santamaría y Jesús Posada, entre otros, se erigen protestas sin medida, olvidando la legislación contra los deshaucios acometida por este Gobierno. En el último año de Zapatero hubo, tan solo en Madrid, más de setenta mil deshaucios. Nunca apareció la Plataforma de Ada Colau ni las hordas violentas que la secundan.

El pasado jueves, tras el bochornoso espectáculo en el Congreso, el histórico Alfonso Guerra susurraba en los pasillos su oposición a los aplausos de algunos diputados socialistas jaleando los insultos provenientes de las tribunas. Días antes, el ex presidente Felipe González, en un almuerzo privado, lamentaba no sentirse ya representado por su partido y advertía de un camino hacia la anarquía. En su obstinación, el actual PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba rompe todas las reglas adoptadas en la transición, que hicieron de los socialistas un partido de Gobierno, defensor de la OTAN, la Unión Europea, la Nación, la Corona y el acuerdo político.

Tal vez porque ayer se cumplían ochenta y dos años de la II República española, el secretario general del PSOE añade a su discurso izquierdista y radical, que tan malos frutos dio históricamente al partido de Pablo Iglesias, su matiz de «republicano». Olvida Rubalcaba aquellos debates de la ponencia constitucional, en los que el portavoz socialista, Gregorio Péces-Barba, renunció con altura de miras al tradicional sentimiento socialista sobre la forma de Estado.

Lo mismo que hizo el comunista Jordi Solé Tura, en aras de un consenso que propició las bases de una Monarquía constitucional, de tan buen rédito para España, dentro y fuera de nuestras fronteras.

En este momento tan delicado, agitar la calle y dar alas a movimientos radicales resulta peligroso. Deberían meditarlo el líder del primer partido de la oposición y su entorno. El PSOE es ahora una sucursal de Izquierda Unida y Rubalcaba, como la bandera republicana, se convierte en un hombre tricolor. Rojo, hasta aventajar a los comunistas en su política fiscal y contra los deshaucios. Amarillo, porque así debiera ponérsele el rostro al comparar el pasado y el presente del PSOE. Y morado, ante la penitencia a la que conduce a su partido por un camino alocado e irresponsable. Los «escraches» son una dirigida falsedad de alto riesgo, que encubren intereses para derribar el sistema y las instituciones del Estado que lo sustentan. Frente a una potente crisis económica e institucional, en palabras de Felipe, una gran y temeraria insensatez.