Lucas Haurie
Filibustero
Los senadores, en su mayoría demócratas, favorables a la segregación racial lograron retrasar casi dos meses la votación para aprobar la Ley de Derechos Civiles estadounidense. Cincuenta y siete días de peroratas interminables soportó la Cámara hasta que, al fin, los racistas guardaron silencio para siempre. El plusmarquista de este maratón verborreico fue Strom Thurmond, el vástago de una familia esclavista de Carolina del Sur, que empezó a hablar a las 20:54 del 28 de agosto de 1957 y no calló hasta las 21:12 de la noche siguiente. No existe más vil degradación de un Estado de derecho que el filibusterismo, esto es, el retorcimiento de un reglamento con meros fines obstruccionistas. Uno de nuestros campeones de la corrupción, José María del Nido (hoy a buen recaudo en la cárcel de Huelva), consiguió retrasar el veredicto del Tribunal Supremo porque obligó a que dos funcionarios numerasen a mano, uno a uno, los más de diez mil folios de que constaba el sumario. A los malos revenidos no suelen funcionarles estos trucos leguleyos y todo lo que consiguen detener durante algún tiempo la inexorable maquinaria de la Ley. No es extraño que Artur Mas recurra a trapisondas de este tenor: su sentencia de muerte política quedó sellada hace tiempo y ahora sólo intenta retrasar la hora de la ejecución, afán estéril aunque entendible en su misérrima desesperación. Es el niño pillado en falta que se encierra en el baño con la vana esperanza de librarse de la azotaina pero su atrincheramiento no pasará de la hora de la merienda y aliviará el escozor de sus posaderas enrojecidas con la íntima satisfacción de haberle hecho perder un rato a sus padres. ¡Vaya libertador de la patria que se conforma con fastidiarle el fin de semana campestre a los ministros! Diría Serrat: deja ya de joder con la pelota.
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