José Luis Alvite

Fuego meado (VI)

Fuego meado (VI)
Fuego meado (VI)larazon

En medio del calor insoportable de aquel verano tuve un momento de lucidez y comprendí que mi conciencia era más elástica que mi economía, y que si seguía el ritmo que marcaba ella, llegaría el momento en el que no podría costearme mis instintos. Ella insistía en el capricho de una vida elegante. «No soy una mujer cualquiera. Jamás habías imaginado tu vida al lado de alguien como yo. Tenemos que salir de este horno y que se nos vea. Nuestra cama es como acostarse en una llaga. Tenemos una nevera que asa el hielo. ¿Para qué me tienes? ¿Para ocultarme? ¿Serás tan idiota de tener un coche de lujo parado en el garaje?»... «No puedo pensar con este calor –me defendí– Tampoco sé muy bien qué pretendes. ¿Ya no te sirve el dichoso piso al otro lado de la ciudad? ¿No se trataba de evitar a tu marido? Te dije que no sería una buena idea. La Toja no es nuestro mundo. Estamos donde nos corresponde, en un piso en el que solo valdría la pena robar la basura. Somos llamas distintas de la misma hoguera y estamos condenados a abrasarnos en uno de esos fuegos meados que dejan en el suelo un rastro de orina al arder». Se ausentó al dormitorio y regresó al poco rato cambiada de ropa. «Es el único vestido que tengo sin estrenar. Comprenderás que no me lo he puesto para asistir elegante a nuestro fracaso. Arréglate y nos largamos. Tengo algo de dinero en el bolso. ¿Me subes la cremallera?». Me volvió la espalda y se recogió con las manos el pelo sobre la nuca. Yo no quería ceder, pero lo hice. Fue como si le hubiese subido la cremallera del vestido con las manos de otro hombre. Sentí como si con el calor de su cuerpo fuese a salirme por el pecho el sudor de la espalda. Pensé que en La Toja estaría a la sombra el sol.