Ángela Vallvey

«Gin-tonic»

El «gin-tonic» es un hallazgo etílico. Lo inventó un inglés cuando decidió añadirle ginebra al agua tónica con idea de mejorarle el sabor y, a ser posible, prevenir la malaria. Sabido es que, de no ser por el Imperio Británico, el mundo estaría mucho más atrasado. De la máquina de vapor al «gin-tonic», pasando por el paraíso fiscal, todo lo que han ideado los «british» es meritorio. España también fue un imperio, pero de eso ya no se acuerda ni la Wikipedia porque el imperio español no es famoso por crear cócteles con los que aliviar los sopores maléficos de los trópicos, sino por las curiosas enfermedades venéreas que contagiaban los marineros de Hernán Cortés. Si el Imperio Británico fuese una bebida sería un «gin-tonic» con corteza de lima, servido en vaso bajo, con mucho hielo y burbujitas de esas que hacen cosquillas en la nariz. Y si el Imperio Español fuese una bebida sería un tetrabrik de vino de marca blanca. La diferencia entre el vino peleón y el «gin-tonic» es la misma que entre España y el Reino Unido. España es, desde la peana al remate, más socialista que una hormiga, y la Gran Bretaña, desde la superficie para abajo, es más capitalista que un monedero. El siempre añorado Eduardo Chamorro decía: «Si viviésemos en Inglaterra, muchos que aquí son figurones no llegarían a chófer». Los empresarios españoles que ahora están huyendo espantados de la presión fiscal patria se largan, en buena medida, al Reino Unido. Por la City pasa gran parte del capital del mundo. De España, el dinero emigra que se las pela. Un antiguo funcionario del Imperio Británico inventó el «gin-tonic». Aquí subvencionamos el «gin-tonic» para que a sus señorías, en las Cortes, les salga arregladito. Y a ver si así no enferman de malaria.