Cristina López Schlichting
Hablar mucho
Parece mentira que hubiese un tiempo en que los padres –nuestros abuelos– diesen por hecho que chicos y chicas debían hacer solos el camino de la sexualidad, preguntando a los amigos o leyendo revistas. Ya mis padres y profesores fueron explícitos y nos ayudaron a los de mi generación a comprender las cosas, pero es que ahora es imprescindible dar a los hijos mucha y buena información afectiva y sexual. No sólo porque es bueno, sino porque los peligros son evidentes. La probabilidad de caer en manos de un pederasta se ha multiplicado exponencialmente. La Policía no da abasto. Tipos que permanecían aislados toda una vida –mirando en parques y merodeando por colegios– se conectan ahora entre sí, intercambian fotos y vídeos, se informan y aprenden trucos. No queda otra que ser claros con los menores. Hay que explicarles que la gente se disfraza en la red, que juguetea con el sexo y que es capaz de extorsionar y amenazar. También darles toda la confianza del mundo, para que nos cuenten lo que les ocurre y les perturba. Difícil papel para padres y madres en esta sociedad donde el sexo es un producto; la relación ente afecto y sexo cada vez resulta más distante y el erotismo es omnipresente. Merece la pena apostar por la educación y ofrecer a los niños la belleza de la relación entre hombre y mujer. Verdaderamente pocas cosas más claras sobre la gravedad de arrebatar a los pequeños su inocencia que la frase evangélica. «Hay de quien escandalizase a estos pequeños, más le valiera atarse una piedra de molino al cuello y arrojarse a un pozo». Lástima que estas cosas ya no se enseñen.
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