Alfonso Ussía
Hartos de antipatías
Durán y Lleida, al que Federico Jiménez Losantos llama Durán y Palace, ha manifestado que en Madrid disfrutamos con la confrontación. Es sencillo intuir que «la confrontación» es la que predispone al imposible entendimiento entre la Constitución y el separatismo, las leyes vigentes y el inventado «derecho a decidir». Como madrileño y residente en Madrid me dispongo a informar a Durán y Lleida que la confrontación o «confrontació» no me ayuda a disfrutar absolutamente nada. El hartazgo no se disfruta, se padece o se sufre. Y en Madrid nos sentimos hartos de la antipatía nacionalista. Si algún día Cataluña consiguiera su independencia se le podría aplicar la definición de nación de William R. Inge: «Una nación es una sociedad unida por la desilusión hacia sus antepasados y por un odio común hacia sus vecinos». Por fortuna, Cataluña no es una nación y centenares de miles de catalanes no odian a sus hermanos del resto de España. Conviene recordar a Durán y Lleida o Durán y Palace que en Madrid se critica con dolor al separatismo catalán pero jamás a los catalanes. No es difícil encontrar madrileños con raíces catalanas, y aquí me tienen servidor de ustedes, nieto por vía paterna de una guapísima y bondadosa mujer apellidada Gavaldá.
En Madrid o «Madrit» –y lo sabe perfectamente Durán y Lleida que vive en Madrid desde los tiempos de Celia Gámez y Manolita Chen–, nadie desprecia a los catalanes, y de hacerlo, mucho se cuida de decírlo. En mi vida profesional he tenido la fortuna de escribir, hablar y editar con medios de comunicación y editoriales catalanes, y siempre he recibido un respeto y cariño que nada me ha costado corresponder. Para los nacionalistas de Cataluña, «Madrit» es el resto de España, y en el resto de España nos sentimos muy orgullosos de los catalanes y ninguna inquina nos condiciona la compenetración con ellos. Ellos nos mejoran, y nosotros les mejoramos a ellos. Ellos nos han enseñado muchas cosas y nosotros, el resto, tan españoles como ellos, les hemos ofrecido el horizonte y cuatrocientos millones de personas en el mundo, potenciales clientes en el mismo idioma. Otra cosa son las bromas o las tirrias que surgen de las rivalidades deportivas y que ayudan a estrechar aún más, aunque sea desde la rivalidad, las relaciones entre Barcelona y Madrid. En ese aspecto, sí existe la confrontación, sin olvidar las también existentes entre madridistas y atlétcos, béticos y sevillistas, y canariones y tinerfeños. Es decir, que no es confrontación entre Cataluña y el resto de España, sino del Real Madrid con el «Barça», y lo demás, pamplinas.
Pero llevamos muchos años soportando todos los días cualquier suerte de antipatía, de desprecio, y últimamente, de violencia verbal o física provenientes del separatismo catalán. Y sólo porque creemos en las leyes y defendemos la aplicación de la Constitución Española de 1978, aprobada por un noventa por ciento de los catalanes que acudieron a las urnas. Sólo porque creemos conveniente adaptar a nuestros problemas el simple y sencillo pensamiento de Samuel Jhonson: «Ver Escocia en soledad es sólo ver una Inglaterra peor». Por desgracia, aún está vigente el pensamiento benaventino: «Es más fácil poner de acuerdo a todo el mundo que a una docena de españoles». Y así nos va.
Pero todo, hasta la más aguda y áspera desavenencia, se puede presentar con respeto y buena educación. Y es lo que siento que ha sucedido en estos últimos años. Que la tradicional buena educación de la sociedad catalana ha sido sustituída, por una parte de ella, en aplicación concreta y concisa de la antipatía y el desafecto hacia los demás, es decir, hacia «Madrit». Madrid y Barcelona, como ciudades, siempre han competido. La riqueza industrial y la sabiduría de la Corte, la Capital comercial y la Capital Política, las grandes realizaciones urbanas y el Arte reunido. Por eso su dependencia una de otra es imposible de suplantar. El nacionalista catalán insulta al resto de los españoles para, inmediatamente después de proferir el insulto, creerse insultado. Está en la primera página del manual nacionalista. Agraviar y manifestarse agraviado.
Siento un profundo amor por la tierra de Cataluña y por las gentes que allí se mueven. La confrontación me deprime. Ser insultado, me aburre y me indigna. Nadie disfruta con esto. Precisamente, esa preocupación es una prueba de amor hacia esa parte de Cataluña que disfruta dándonos una patada cada día. Durán y Lleida lo sabe. Es feliz y libre en Madrid.
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