Cristina López Schlichting

Hemiplejia política

No recuerdo manifestaciones frente a Ferraz cuando se destaparon los ERE de Andalucía y se desvió a los amiguetes cocainómanos dinero público por cantidades muy superiores a las que el sinvergüenza de Luis Bárcenas tenía en Suiza. Tampoco hubo caceroladas frente a las sedes socialistas cuando se descubrió el enorme patrimonio inmobiliario de José Bono, que desde luego no ha salido de sus sueldos en Castilla–La Mancha o el Ministerio de Defensa. Ni siquiera cuando supimos que la hija de Manuel Chaves había recibido para su empresa varios millones de subvención de la Junta. Dinero nuestro, ojo, de los presupuestos, no de constructores o empresarios. Es como si a los de las cacerolas sólo les doliese la corrupción de un lado. Son hemipléjicos políticos. «Si hay que robar, que roben los nuestros», parecen decir. Un diputado socialista me dice que «lo que hay que organizar contra el PP es una buena manifestación, como la de Irak». ¿Para qué?, pregunto ingenuamente. «Para echarlos», responde. Se olvidó de que para echar al PP de Aznar hizo falta además el pequeño detalle de los atentados de Atocha. Me quedan muchas dudas del «caso Bárcenas», como de dónde salió el dinero de Suiza que el tesorero legalizó en la amnistía fiscal. Pero también tengo muy claro que los de la financiación ilegal de Filesa o los del «caso Palau» no son ninguna autoridad. Por ejemplo, Artur Mas ha anunciado una cumbre anticorrupción en Cataluña para esta semana. Pero resulta que el president es rico porque su padre –que era testaferro de los Pujol– pudo acreditar que el delito de fuga de capitales a los bancos LGT de Liechtenstein y UBS de Suiza, había prescrito. Todavía no sabemos si ese dinero fue fruto de comisiones fraudulentas al 4 por 100 del «caso Palau», como dicen los informes de la UDEF. Me parece impúdico aleccionar a los catalanes cuando tu familia los ha extorsionado previamente. Una de dos, o hacemos una caravana por todas las sedes de los partidos acusados, como una manifa nacional del orgullo gay, o dejamos el debate a los tribunales y el Parlamento y votamos después como nos parezca. Caceroladas hemipléjicas, no.