Alfonso Ussía

Hija, ¿qué hay de lo mío?

La Razón
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Ya están protestando los intolerantes. No entienden el significado de la familia unida. En «Podemos» la política es amor, cercanía, consanguinidad y parentesco. Teresa manda en Andalucía y su novio, «Kichi», es el alcalde de Cádiz. Errejón es un alto dirigente y Rita, su novia, es la auténtica alcaldesa de Madrid. Pablo ha rescatado de la nada a Tania y ya la tiene a su lado de nuevo. La titular en la alcaldía de Madrid ha nombrado –con el permiso de Rita– a su sobrinísimo presidente de Ifema. Y Rita, termina de conseguir que su padre, Luis Maestre, por designación directa y sin pasar por la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de la Villa y Corte, ocupe el despacho de Subdirector de Atención al Contribuyente de la Agencia Tributaria del Ayuntamiento de Madrid. Más que una tarjeta de visita, el señor Maestre necesita una carpa de bodas para que quepa su cargo completo. El puesto que hoy ocupa el padre de Rita y que pagamos todos los madrileños fue suprimido en 2012 por la anterior alcaldesa, Ana Botella, por irrelevante e innecesario. Pero ante un «hija, ¿qué hay de lo mío?», el muro se agrieta, la muralla se desmorona y la tapia de la decencia cae pulverizada.

Se me abren las carnes de melancolía. Recuerdo como si fuera ayer la preciosa canción «Dí, papá», que entonaban a dúo el cantante José Guardiola y su hija. La niña preguntaba muchas bobadas y el padre le respondía con suave delicadeza. Pero los tiempos han cambiado y los papeles también. Hoy, la canción se titularía «Dí, hija», y sería la niña la que mandaba y sabía.

No dudo de la capacidad y competencia del señor Maestre para ocupar la Subdirección de Atención al Contribuyente de la Agencia Tributaria del Ayuntamiento de Madrid. Si dudo de su capacidad y competencia para educar bien a sus hijos. Fue muy condescendiente con Rita. Una niña bien educada no se desnuda en una iglesia y grita que «arderéis como en el treinta y seis». Las iglesias son reductos religiosos, y los que acuden a ellas no hacen otra cosa que rezar, lo cual no es nada pernicioso ni peligroso. Despelotarse en su interior no es propio de niñas bien educadas. Ni de niñas valientes. De haberlo hecho en el interior de una mezquita, otro gallo le hubiera cantado a Rita, con picotazo en el pescuezo posterior al canto. Y eso lo hacen las niñas porque sus padres no se ocupan de ellas. De ahí que se me antoje ejemplar que la niña, cuyo padre le ha permitido semejantes guarraditas, olvide la desatención paterna y en lugar de decirle «papá, ¿por qué me has educado tan mal?», lo nombre subdirector. Subdirector de lo que sea, pero subdirector, que es anhelo de centenares de miles de españoles que intentan educar mejor a sus hijas. Es mi caso. Jamás he sido subdirector de nada, y esa herida duele. Voy a pedirle a mi hija que me nombre subdirector de algo. Lo malo es que si lo hace, mi sueldo lo pagaría ella, cuando lo cómodo sería que lo pagaran los madrileños, en vista de lo cual, como no es posible, no le voy a rogar que me nombre nada de nada.

«Hija, ¿qué hay de lo mío?»; «Ay, papá. Te hemos nombrado subdirector de una cosa larguísima que estaba vacante, y bastante bien remunerada, por cierto». Una hija inteligente, culta, educada y respetuosa nace con un pan debajo del brazo. En este caso, nace con un pan debajo del brazo de su padre, que es una manera rarísima de nacer. La madre en el parto, la niña sacando la cabeza y el padre con el pan. No me cabe en la imaginación, pero así ha sido.

Gracias a «Podemos» se abre una nueva etapa en las relaciones paternofiliales, que en ocasiones no son fluídas. Pero ya no es el padre el que intenta ayudar a la hija, sino al revés. Y no es que lo intente, es que lo hace. Y esa hermosa realidad me ayuda a creer más en la bondad de los seres humanos, y aplaudo sin reservas el nombramiento del padre de Rita, que va a hacer su trabajo divinamente.

«Hija, ¿qué hay de lo mío?»; «hecho, papá».