Martín Prieto

Hispanofobia hasta en Argentina

La presidenta Cristina Fernández, hija de «gallegos», ha derribado la estatua de Cristóbal Colón que desde hace 120 años se erigía sobre una columna en la trasera de la Casa Rosada. La dama pretende sustituirla por otra de Juana Azurduy, guerrillera boliviana de la independencia, cuyo coste será sufragado por Evo Morales. Es comprensible: chavismo, bolivarismo, feminismo. La efigie del navegante fue un regalo del Gobierno italiano, pero es un símbolo de la hispanidad, por lo que Mauricio Macri, gobernador de la Capital Federal, la reclama en tribunales para sí, evitando que la destierren a Mar del Plata. Desde que la viuda Fernández prohibiera el jamón ibérico (aceptado hasta en los estrictos Estados Unidos) se temía la iconoclastia. El monumento coral a los españoles en los bosques de Palermo tiene sus bronces contados. Si no se lleva de la Avenida 9 de julio el Quijote y Sancho será porque fue un obsequio de la Reina. En público y a los gritos la heredera de Kirchner también ha revuelto la toponimia secular rebautizando los yacimientos petroleros confiscados a Repsol de «Vaca muerta» por «Vaca viva». Cabe maliciar que con la nueva señalización de carreteras, el bueno de Brufau se pierda en las estribaciones andinas cuando intente cobrar la indemnización que nunca le van a pagar. Una corte federal sigue en su empeño de juzgar los crímenes del franquismo, al que homologa con el Holocausto. Podría tomarse a broma entre los peronistas que escondieron a Eichman y a Mengele y a toda una patulea de oficiales de las SS que en La Cumbrecita siguen festejando el cumpleaños de Adolf Hitler. Cuando tienen a sus propios asesinos en libertad (el presidente Alfonsín me reconocía sensatamente que no podía procesar a todas las fuerzas armadas del país) no aceptan nuestra potestad para dictar la amnistía de 1977, y reclaman la surrealista comparecencia de Utrera Molina (suegro de Ruiz Gallardón) y Rodolfo Martín Villa, para atrabiliarias indagaciones de ultratumba. La hispanofobia que ya nos aflige ha cruzado el Atlántico.