José Antonio Álvarez Gundín
Hollande, traidor
Como la Trierweiler, que arrastra lacrimosa la herida del desamor a orillas del Ganjes, así la izquierda gime por la traición de Hollande, que se ha entregado en brazos de las sirenas neoliberales con la pasión del converso. Amante nueva, programa económico nuevo: estos franceses siempre tan cartesianos. De celos y de ira tiembla el socialismo europeo, y hasta el gurú Krugman se desgarra escandalizado ante la infidelidad. Para resumir, los dos pitones que Hollande ha puesto en todo lo alto a sus compañeros ideológicos son: reducir el gasto público en 50.000 millones de euros y rebajar a los empresarios 30.000 millones en costes laborales. Esto mismo lo hace Rajoy en España y lo de Gamonal no pasa de una fiesta de cumpleaños en el McDonald's. Pero lo ha hecho la esperanza roja del socialismo europeo, el ungido para refutar los recortes de Merkel y las reformas de Rajoy, el enviado para guillotinar a la bestia neoliberal... Eso se creía también la Trierweiler, pobre cuitada. Quienes peor lo llevan son los del PSOE, que se emocionaron hasta las lágrimas con la victoria de Hollande, no hace ni dos años. «Es una gran esperanza para Europa», proclamó Rubalcaba mientras recibía en ofrenda una bandera francesa. Elena Valenciano, más intelectual, reivindicó el triunfo del francés como demostración de que «la socialdemocracia no estaba muerta», sólo de parranda. Izquierda Unida también se sumó al cotillón y Centella sacó brillo a la idea de que Merkel, el FMI, la CE y Rajoy habían sido derrotados, todos juntos y de una tacada, por el lúbrico gabacho que parecía un opositor a Notarías. Así que después de los últimos sucedidos, a todos los que un día declararon su amor a Hollande ya sólo les queda el consuelo de acompañar a la Trierweiler en el cortejo de los cornudos y apaleados.
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