Alfonso Ussía
Íbero
Me consta que Soraya Sáenz de Santamaría se siente española hasta las cachas. Y no dudo de sus conocimientos geográficos. Sucede que los políticos con mando en plaza quieren estar en todas partes, y eso es imposible. Esperanza Aguirre es una gran aficionada al Twitter, y lo practica con donaire. Pero tiene tiempo para hacerlo. Y sus mensajes y comentarios son suyos, no de un equipo encargado en ocupar su cuenta por encargo. Un político en activo no debe permitir que se envíen en su nombre y desde su cuenta tuits que no hayan pasado por su aprobación. Las palabras de los políticos quedan grabadas, igual las escritas que las pronunciadas al aire. Han pasado treinta y cinco años y aún resuena el saludo que un ilustre y leal político de la UCD dedicó a los militantes de su partido en Palencia: «Mis queridos palestinos». La «n» se escondió y la «s», que es muy aprovechada, ocupó el lugar de la «n» y cambió el significado de la palabra. Cánovas recomendó a la Reina Cristina un esfuerzo especial para dominar el idioma español. Y Alfonso XII estuvo de acuerdo con el presidente del Consejo. En una Navidad, un ministro del gabinete de Cánovas regaló a la Reina un horroroso jarrón de porcelana. Tenían los gobiernos de entonces la costumbre de felicitar la Navidad a los Reyes en una audiencia. Y la Reina, asesorada lingüísticamente por el Rey, le agradeció personalmente el regalo al ministro con estas emocionantes palabras: «Muchas gracias por su horripilante jarrón». Cánovas le rogó posteriormente al Rey que abandonara su labor de profesor de idiomas. Fue una broma. No lo fue, en cambio, el vibrante discurso que culminó la visita a Almonte de la ministra Carmen Calvo, «con ese mar mediterráneo a nuestro alcance», cuando lo que tiene Almonte, el Rocío, Doñana y la provincia de Huelva a su alcance, es nada menos que el océano Atlántico, el inmenso mar del Descubrimiento. Por fortuna, ni la Reina María Cristina ni Carmen Calvo escribían tuits.
En la cuenta «@sorayapp» que corresponde a la oficial de Soraya Sáenz de Santa María, apareció el pasado 28 de febrero a las 16:15 de la tarde el siguiente mensaje: «Aprobado el Plan Hidrológico de la parte española del Ebro, uno de los más complejos». Lo primero que hice al leer el tuit de la vicepresidenta del Gobierno fue memorizar el curso del gran río español que nace en Reinosa y muere al sur de Tarragona, en el mediterráneo, después de regar transversalmente 908 kilómetros del norte y nordeste de España. Y debo reconocer que no hallé ninguna parte del Ebro que no fuera española. Le escribió el tuit un asesor ceporro, y cuando los asesores son ceporros hay que leer lo que escriben en nombre de otro y corregir sus mensajes.
Ebro, el gran Íbero, que nace en Tres Mares, junto a Peña Labra, en la campurriana Reinosa. Y transcurre por Cantabria, Castilla-León, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña, donde se entrega al «Mare Nostrum». Hace de línea fronteriza provincial con tres provincias, Álava, Huesca y Lérida, y tan sólo, en su largo camino hacia el mar, atraviesa dos capitales de provincia, Logroño y Zaragoza, allí, junto a la basílica del Pilar. Cuando, superadas las provincias de Santander, Palencia, Burgos, Logroño,Navarra y Zaragoza, entra en la españolísima Cataluña, cambia la denominación de Ebro por la de «Ebre», pero da igual porque se ve que es el mismo río. Y al final desemboca en el maravilloso delta del Ebro o del Ebre, el Íbero, en los mares azules de la inteligencia, la cultura y el comercio. Pero es río plena y totalmente español, y todas sus partes son españolas. No estamos para concesiones semánticas. Hay que corregir los tuits o poner de patitas en la calle a los asesores cenutrios.
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