Lucas Haurie
Ifema era una fiesta
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los periodistas meridionales acudían a la Feria Internacional del Turismo con el único propósito de quemar la capital, como los bárbaros de Alarico hicieron con Roma en el siglo V pero sin enarbolar cabezas clavadas en picas, sino lencería olvidada por un/una partenaire a la fuga. Ahora lo negarán, sobre todo quienes saltaron de la trinchera del reporterismo para acomodarse en la poltrona de la «comunicación institucional», pero nadie tenía la sensación de estar robando cuando con dinero público se convidaba a un maratón de viaje, alojamiento en hoteles caros, comilonas, borracheras y lo-que-surja para cubrir en Madrid unas ruedas de prensa calcadas a las que se ofrecían diariamente en Sevilla o Málaga; y que sólo repercutían en los medios previamente convidados. Al periodismo andaluz de comienzos de siglo, o sea, ni siquiera hubo que trasladarle la tópica oferta de «plata o plomo» porque asumió su venta sin siquiera cobrar en metálico: le tendía la alfombra roja a cualquier mindundi con cargo a cambio de media ración de croquetas y un gin & tonic en copa de balón. Cuando se ha chapoteado en semejantes albañales, resulta casi imposible recuperar luego la dignidad. Ahora que Fitur no es lo que era por culpa de la maldita (¿?) austeridad y, sobre todo, que los juerguistas de entonces tardan tres días en dejar atrás una curda, se observa la cosa con desinterés y sin nostalgia alguna, como las viejas fotos de esas acampadas adolescentes que no traían más que picaduras de insectos. Total, el sector va viento en popa gracias a los vuelos low cost, aunque algunos se hayan quedado roncos de lamentar los sueldos miserables que deja esta economía terciarizada.
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