José María Marco
Italia y Europa
Los resultados de las elecciones italianas confirman algunas previsiones y desmienten otras. El centro izquierda de Bersani consigue superar el 34 por ciento de los votos, mientras que el payaso Beppe Grillo logra más del 15 por ciento. No se confirman, en cambio, las previsiones sobre Berlusconi y Monti. Monti se queda por debajo del 15 por ciento que se le otorgaba, y en cambio Berlusconi desborda el 20 por ciento que se auguraba para él, lo que corrobora la tendencia a mejorar de «Il Cavaliere».
Son resultados difíciles de extrapolar a otros países. Aquí, en España, no ha habido necesidad de que nos gobernara un tecnócrata impuesto desde Bruselas para poner en marcha reformas que sí han tenido, y tienen, total legitimidad democrática. Tampoco existe aquí un partido que haga de la burla del sistema parlamentario su eje programático. Aunque uno de los dos grandes partidos nacionales se desliza desde hace años por la pendiente de la demagogia y del populismo, hasta ahora el sistema ha permitido una estabilidad que a su vez redundó en un largo periodo de prosperidad frente al estancamiento italiano, que dura ya dos décadas.
En cambio, el resultado sí es significativo de los problemas a los que se enfrenta la zona euro, atrapada en una burbuja de bienestar a crédito que estamos pagando con un descenso generalizado de las expectativas y del nivel de vida. Efectivamente, las elecciones italianas dan como resultado una mayoría gris, sin capacidad para ilusionar ni para plantear un horizonte de reformas. Ni Monti ni Bersani proponen aliciente alguno. Berlusconi, lanzado al populismo, reclamará su sitio, mientras que los de Beppe Grillo se pueden divertir, como suelen hacer los italianos con la política, saboteando con cinismo cualquier intento de mejorar la situación.
Más allá de la situación de Italia, este resultado revela una situación política y social en la que la elección democrática queda enquistada entre las propuestas de reforma sin atractivo y las tentaciones antisistema sin propuestas ni reformas. Se entiende bien la elección de los italianos, que no necesita más justificación: entre otras cosas, las querencias tecnocráticas a lo Mario Monti, que ha querido hacer política desde fuera, sin arriesgar demasiado, habrán recibido toda una lección. España no se encuentra en esa situación, como no lo están otros países de la eurozona. Ahora bien, más allá de los riesgos que plantea la perpetuación de la inestabilidad a la italiana, España comparte con el resto de Europa algunos de los problemas de fondo que ahora mismo presentan nuestros vecinos.
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