Pilar Ferrer

La avispada Virreyna

Pertenece a ese grupo de mujeres listas, estudiosas y aplicadas. Yolanda Barcina Angulo, a punto de cumplir el próximo cuatro de abril cincuenta y tres años, iba para farmacéutica, pero la política se le coló un día, casi sin proponérselo. Nacida en Burgos, de antecesores vascos, sus padres se trasladaron muy pronto a Portugalete, Vizcaya, dónde estudió en un colegio religioso y de niñas bien. Una de sus profesoras de entonces la recuerda cómo muy inquieta, avispada y amante de la química. Ello la hizo estudiar en Navarra la carrera de Farmacia, donde se doctoró y obtuvo la Cátedra de Nutrición y Bromatología. Su destino académico parecía despejado, si bien la vida la deparó inesperadas sorpresas.

Pese a sus raíces conservadoras, Yolanda era una chica muy avanzada en su tiempo. En uno de sus veranos norteños, conoció al arquitecto cántabro José Virgilio Vallejo, con quien se casó y fue madre de un hijo. La pareja duró poco y Yolanda ejerció de «madre soltera» en una sociedad altamente tradicional como la del Viejo Reyno. Fue entonces cuando se cruzó en su camino Miguel Sanz, líder de Unión del Pueblo Navarro. Una estrecha amistad y gran colaboración política la ubicaron como la primera mujer en el Gobierno de UPN y, después, como la primera alcaldesa de Pamplona. Todo un hito, con una buena gestión que se truncó tras el escándalo de las famosas dietas de la entidad financiera Caja Navarra.

Ella, que había sorteado una coalición con los socialistas navarros y afrontado la amenaza de los «abertzales» en el territorio históricamente reivindicado por ETA, vio cómo su nombre y su ética se ponían en solfa. Decidió coger el toro por los cuernos, devolver el dinero cobrado y convocar un Congreso de su partido, del que ha salido airosa. Fue la suya una táctica directa, de no ocultar los hechos y dar la cara. Severa, exigente y con creencias, se inspiró en los hermosos parajes de Roncesvalles para tomar decisiones. Por tales lugares, plenos de magia y naturaleza, suele hacer senderismo con su hijo «Pucho», a quien adora y con quien mantiene su esfera de privacidad. Durante muchos años, como alcaldesa de Pamplona, dio el «chupinazo» de los Sanfermines. Ahora, a ese ritmo, se mantiene en el Gobierno de una tierra única, amada, exigida y complicada. Es, de nuevo, la gran Virreyna de la Comunidad Foral.