Alfonso Merlos
La cara y la cruz
Mucho más que simple esgrima dialéctica. Bastante más que un trámite parlamentario. Se trata de un escaparate crucial, de una palanca para avanzar en un camino –el de los próximos meses– jalonado de citas electorales, casi sin tregua para reponerse de cambios en la composición del poder que –por desgracia, como en el caso de la irrupción de Podemos– en algún grado ocurrirán.
Pero por encima de todo se miden Rajoy y Sánchez. El presidente del Gobierno, con el aval del trabajo tranquilo, episódico, callado, pero que termina rindiendo frutos sin estridencias. Ahí están las victorias frente a un rescate del Estado que parecía ineludible, la traza del actual cuadro macroeconómico en España y las perspectivas a corto plazo de una creación de riqueza que nos hará más fuertes. Son hechos indiscutibles para cuya consecución el Gobierno ha ayudado más que estorbado.
Y no es que se deba predicar cosa opuesta de Sánchez. Es mucho peor. Porque bastante desgracia tiene con soportar la incertidumbre, las presiones y la inestabilidad, con un escuálido respaldo de los suyos (por no hablar de traiciones, deslealtades y demás maniobras orquestadas en la oscuridad) que le presentan ante los ciudadanos como una alternativa débil, apocada, menguante, con mínimo crédito (¿será su primera y última comparecencia en este tipo de enfrentamientos anuales?).
No. La confrontación de ideas y propuestas de los dos políticos hoy con mayores responsabilidades representativas no ha despertado la expectación del Mayweather-Pacquiao anunciado para el 2 de mayo en Las Vegas. Pero lo nuestro se empieza a jugar aquí. Seriamente. Nuestras simpatías, apoyos y votos determinarán pronto si queremos ser un país fiable o sometido a los vaivenes de retrógrados y fallidos experimentos comandados por aprendices de caudillo.
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