Alfonso Ussía
La chusma paleta
No pretendo elogiar aún más el ya muy elogiado discurso de Navidad del Rey, centrado en la grandeza de España, en su unidad, y en la defensa de la Constitución. Un gran texto muy bien hablado, por otra parte. Cuando los discursos del Rey se interpretan con benevolencia desde la izquierda radical y los partidos separatistas, el Rey tiene motivos para preocuparse. Cuando irrita a la izquierda radical y los separatistas, el Rey puede dormir tranquilo. Ha acertado. Y en el presente año, ha acertado en el fondo, en la forma y en la estética, esta última muy vituperada por la chusma paleta. El Salón del Trono del Palacio Real de Madrid, síntesis de la Historia de España. Me presto a recomendar el escenario para el próximo año. El Museo del Prado, en una de las grandes salas dedicadas a Velázquez o Goya, cumbres de la genialidad artística de España.
El Palacio Real es de todos los españoles. He leído mensajes de chusma con un contenido esperpéntico. «Un salón tan grande y con las luces encendidas, mientras tantos ciudadanos no pueden pagar las hipotecas y las facturas de electricidad». Argumento tan simple como penoso. El comunista Garzón considera que el Salón del Trono es rancio. Se me han desajustado los boecillos. Rancio y amargo es su partido, anclado en los primeros pasos del siglo XX. Pero el Palacio Real de Madrid y lo que representa, la fortaleza y grandeza de España y la Corona, puede ser calificado de mil maneras, pero jamás de rancio. Sí, impresionante, rico, lujoso, excesivo, monumental, grandioso...
Entre la chusma paleta los hay que creen que el Rey y su familia viven entre sus prodigiosos muros. La última generación de la Familia Real que vivió en Palacio es la del abuelo del Rey, Don Juan De Borbón. Y los últimos que vivieron y recibieron en ese lugar tan «rancio», fueron los presidentes de la Segunda República Española, hasta que la aproximación de la derrota les recomendó abandonar a los madrileños para que resistieran a su aire e instalarse en Valencia, con el camino de la fuga más cómodo y seguro. Se dice de la cuñada de Manuel Azaña, feliz en su primera estancia palaciega: «Manolo, tenemos que convidar a nuestras amistades para que vean con sus propios ojos la importancia de esta mansión».
A Rufián, el separatista de Izquierda Republicana con apellido calificativo, el Salón del Trono se le antojó «indecente». Pero resulta preocupante que se dejen contagiar por esa demagogia barata algunos responsables políticos, como el presidente de Cantabria, que jamás ha ganado unas elecciones, Miguel Ángel Revilla, que ha enviado por las redes sociales este simple y estólido texto: «Muy mal los que hayan escogido para el discurso “dl” Rey el lujo y boato “dl” Palacio Real, tan alejado del sufrimiento “dla” mayoría “d” españoles». Mala memoria la del Presidente de Cantabria, que gastó millones de euros en gastos de representación, y regaló latas de anchoas de Santoña por valor de 224.000 euros, que son latas y son anchoas. El señor Revilla está obligado a saber lo que son las instituciones y los escenarios de las mismas.
El Rey estuvo serio, conciso, certero, conciliador y en su sitio. Nada más complicado en la vida que encontrar el sitio de cada uno, y pocas cosas tan desagradables como perderlo. El Rey se sabe su sitio a la perfección, el tiempo que representa y la Historia que le obliga. Nada hay en esta reflexión de emoción monárquica. La tuve y la sentí con Don Juan, el Rey exiliado, y ahí la dejé en el pudridero del Escorial cuando sus restos mortales descansaron. No es emoción monárquica, ni lo que el acerado Emilio Romero decía de Anson y Cortés Cavanillas, «arietes del pornomonarquismo». Se trata de pragmatismo. El Rey es el árbitro de una contienda que lleva celebrándose ochenta años con dos equipos enfrentados, uno que no recuerda que venció y otro que aún no se ha enterado de que perdió el partido por sus propios errores.
Texto y hondura. Palabras de Rey. Han molestado tanto los aciertos textuales como la estética. Los que odian a España, desde «Podemos» a los separatistas, no toleran la visión de la grandeza de España, cuyo poder político buscan con el sólo fin de destruirla, trocearla y llevarla a una tiranía de saldo. El Rey no tuvo complejos. Con dos cojones. Y de ahí al Prado. Y otro año, los Reales Alcázares de Sevilla, o la Alhambra de Granada, o las Reales Atarazanas de Barcelona, o el Alcázar de Segovia, o los Palacios de La Granja, Riofrío y Aranjuez. O el austerísimo Salón del trono del Escorial, aunque yo elegiría su formidable Biblioteca. Está claro que la chusma sigue con atención el discurso de Navidad del Rey. Si ha decidido esa gente odiar a España sin conocerla, que al menos sepan lo que se pierden con la elección de los escenarios y los paisajes históricos.
Y el año que viene el mensaje de Revilla: «Muy mal los que hayan escogido para el discurso “dl” Rey el lujo y boato “dl” Museo “dl” Prado, tan alejado del sufrimiento “dla” mayoría “d” españoles». Y la pregunta a Rufián, Garzón y Monedero. –¿Su opinión del Museo del Prado como escenario del discurso Real?. –Indecente y rancio. Además ha olvidado las hipotecas y la energía blanca.
La otra España.
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