Cádiz
La civilización del agua: Tartessos
El principio cierto y verdadero del nacimiento económico hispano se produjo en la más remota antigüedad, cuando los pueblos más avanzados del Oriente mediterráneo utilizaron sus condiciones humanas para apreciar la posibilidad que el agua del mar sostuviese grandes pesos en los barcos y se lanzaron a descubrir las rutas marítimas –guiándose por los accidentes costeros que después esquematizaban en los «portulanos»–; consiguieron despejar los mitos y convertir el Mediterráneo en un principal medio de comunicación entre civilizaciones. En la época antigua el medio de transporte por excelencia era el agua, de modo que el arte de navegar, que tiene sus peligros, exigía una información, una técnica y unos conocimientos, no sólo para abrir la comunicación sino, sobre todo, para mantenerla. Los vientos que descienden desde el interior, como el «mistral», que desde el Ródano asola el golfo de Lyon, el «bora» del Adriático, o el brutal «gregal» del Jónico, los cambios radicales del «meltemi» del Egeo, que en plazos breves puede transformarse en un viento destructor. El intercambio comercial, el conocimiento, la colonización fueron poderosos incentivos para que los pueblos navegantes llegasen al extremo occidental, creando civilizaciones litorales.
Entre las civilizaciones costeras del Mediterráneo Oriental, la que se desenvolvió durante un milenio, a partir del siglo XIII a.C. en la costa de lo que actualmente es el Líbano, fue la fenicia, un pueblo de navegantes y comerciantes. Disponían de muchos puertos y, en el interior, bosques de cedros y abetos les brindaba excelentes materiales para la construcción de barcos y valiosos productos para el intercambio comercial. La construcción de barcos fue la industria natural. La Biblia expone que sus navíos llevaban oro al rey Salomón desde Tiro, a cambio de víveres y aceite. La incitación del activo comercio animó de modo considerable los puertos fenicios, originando grandes riquezas para la construcción de templos y edificios; se comercia con las especias y lujosos tejidos de gran demanda. En todo el Mediterráneo quedó la huella directa de la artesanía fenicia y, sobre todo, de la púrpura. El comercio les llevaría hasta las costas gaditanas en España y en las costas de la actual Túnez fundaron Cartago (principios del siglo VIII a.C.), que se convirtió en una máxima posibilidad de ser capital de una gran potencia naval, en el centro del mar, rodeada de una franja de tierra fertilísima de regadío de viñedos y granados.
En su expansión, los fenicios llegaron a la Península ibérica en un proceso de asentamiento de dificultosa filiación cronológica que coincide con la Edad del Hierro en el primer milenio (a.C.) procedentes de dos posibles vías culturales: la de los celtas indoeuropeos o la propia del Mediterráneo oriental, que se interaccionan en la Iberia prerromana. El profesor Jaime Alvar ha puesto en relación las fuentes literarias, especialmente romanas, estudiadas por Antonio García Bellido, y los datos arqueológicos que mediante la ubicación geográfica permite situar el establecimiento fenicio entre el 894 y el 835 a.C., así como la existencia de contactos anteriores, pero en todo caso con una fundación principal que es Gades (Cádiz), costeras como Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María), en el suroeste, hasta la serranía de Ronda, como es Acínipo, y en la zona de Vélez, hasta iniciar lo que sería el futuro camino de la Plata. Formando, pues, un triángulo que desde la costa penetra hasta el interior, integra el bajo Guadalquivir, el Guadiana y el curso oriental del Tajo. Gades ha conservado una función capitalina y rectora en la expansión, corroborando la existencia de una agricultura de regadío en el suroeste peninsular.
El profesor Alvar entiende que Gades regularía, desde el templo de Melgart, no sólo el comercio del estaño atlántico sino también el comercio en el estrecho de Gibraltar. La importancia económica se relaciona con un espacio sagrado, respetado de modo similar por los indígenas y por los comerciantes fenicios. En torno a esta función fue surgiendo la ciudad de Gades. A principios del siglo VI comienza una decadencia de las importaciones del Mediterráneo oriental, pero se inicia la presencia de cartagineses, que han advertido la importancia de los establecimientos en España ante el inevitable choque estratégico por el dominio de la riqueza agraria del sureste español. El cambio se aprecia en la no creación de factorías y, en cambio, la multiplicación de ciudades y el crecimiento de la actividad agraria y ganadera como base de riqueza en el asentamiento político que se vislumbra con la llegada de familias cartaginesas, en especial la de los Bárcida. Desde Massalia, Tartesso ha sido un santuario marítimo donde reponer los alimentos para los marinos de la ruta del estaño. El área de la civilización de Tartessos será ocupada por la cultura ibérica «turdetana», basada en salazones y riqueza minera.
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