José Antonio Álvarez Gundín

La cuestión es echar al Rey

La cuestión es echar al Rey
La cuestión es echar al Reylarazon

De lo que se trata, no nos engañemos, es de echar al Rey. De que abdique sin demora y consuma el resto de sus días sorbiendo sopitas camino de El Escorial. No basta con que haya pedido perdón. Sectores dispares y aun antagónicos van del brazo en el empeño, desde el republicano en formol hasta el franquista con olor a naftalina, desde la izquierda con complejo de culpa a cierta derecha que da por amortizado a Don Juan Carlos, si es que alguna vez le tuvo estima. Cada cual tiene su motivo, pero todos coinciden en jalear como «tricoteuses» ante la guillotina los escraches diarios contra el Monarca. Nada de lo que ha sucedido desde el trompazo de Botsuana ha sido casual o mera coincidencia. No fue improvisada la irrupción de Corinna en el patio de vecindad, princesita de pitiminí y de comisión variable. Tampoco la exhumación de la herencia de Don Juan obedece a un interés por la Historia.

Y qué decir de los correos electrónicos del ínclito Diego Torres, cuya publicación a cuentagotas ha sido saludada con salvas de ordenanza y a cinco columnas. Desde hace más de un año, un presunto chorizo ha modulado a su antojo la acción judicial, ha excitado a la opinión pública cuando le ha parecido oportuno y ha ejercido el chantaje impunemente, e incluso con cierto regocijo. De paso, ha alimentado la parrilla de las televisiones y a los leones del circo. Toda una radiografía moral de la España que enfermó de ladrillo y convalece ahora a la intemperie. Pero, ¿alguien puede creerse que la ingeniería epistolar es idea de un tipo mediocre como profesor y burdo como sableador, si ni siquiera ha obtenido a cambio beneficio procesal alguno? La guinda que faltaba a este pastel era la imputación de una hija del Rey, de la Infanta Doña Cristina. Un juez del cuarto turno, antiguo funcionario de prisiones que arrastra el estigma de no haber hecho la carrera, la acaba de servir en bandeja con un cinismo judicial que, de haber tenido un mínimo estilo literario, bien habría merecido un premio de novela. Hasta aquí se ha llegado en una oscura operación para, en el mejor de los casos, relevar al Rey por el Príncipe de Asturias. Sostienen los bienintencionados que cuantas más alfombras se levanten y más trapos sucios se laven ahora, más pulido y libre de hipotecas quedará el Trono para el Heredero. Pero que nadie peque de ingenuo: una vez que se ha echado a rodar la bola de nieve, nada la detendrá. Ni la impecable trayectoria de Don Felipe saldrá indemne del topetazo. Él es el siguiente, y el último, de la lista. Pero, de momento, de lo que se trata es de echar al padre.