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La debilidad de los partidos, un peligro para los pactos

La Razón
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El secretario general del PSOE sigue enrocado en su idea de formar un «Gobierno de progreso», lógicamente presidido por él, y para escenificarlo nada mejor que ir a Portugal, donde considera que se ha producido ese Gobierno con el acuerdo de tres partidos de izquierda que suman la mayoría parlamentaria, y en donde, por cierto, a las primeras de cambio, han tenido que ir los conservadores, ganadores de las elecciones, en apoyo del Partido Socialista para sacar adelante su propuesta económica para sanear alguna entidad financiera. A algunos no nos sorprende esta actitud por cuanto que el señor Sánchez está tan solo en salvar su pervivencia política, como ha quedado en evidencia con la posición contraria de buena parte de los dirigentes de su partido, y pese a lo forzado –por no decir ridículo–, de sus pomposas declaraciones en respuesta a aquéllos de que hay que «anteponer los intereses generales a los intereses partidistas», identificando al parecer aquéllos con los suyos particulares.

Las declaraciones de otros miembros de la dirección socialista, y de algunos dirigentes en el sentido de que bajo ningún concepto apoyarán o tolerarán un gobierno del PP, son una muestra de lo enraizado que está en el Partido Socialista y en todos sus dirigentes el «cordón sanitario» para evitar a toda costa que gobierne el PP cualquiera que sea la circunstancia, y la contradicción interna en la que se mueven permanentemente al querer justificar su oposición a ello. Cuando tratan de justificar esa oposición en base a la pomposa declaración de que «los ciudadanos han expresado su voluntad de cambio y de construir una mayoría progresista», o están considerando progresistas a Bildu, a los nacionalistas, a los independentistas, a la CUP, a Podemos y demás partidos variopintos del arco parlamentario –pues sin todos ellos no suman suficiente número de escaños para la mayoría–, o están buscando ocultar ese odio visceral al PP y lo inaceptable que les resulta el que pueda gobernar España la derecha y excluirles de su sitio natural, que no es otro que el poder. El viaje a Portugal de Pedro Sánchez y su abrazo con el presidente y líder de los socialistas allí es un síntoma de su debilidad y de la batalla que se libra en el seno del PSOE, que no está dispuesto a abandonar, y cuya solución se antoja realmente incierta tanto por las contradicciones internas expuestas, como por el reconocimiento de la inviabilidad de ese pacto de fuerzas progresistas reconocido por alguno de sus portavoces, como acaba de hacer Rafael Simancas en la revista Temas de la Fundación Sistemas del PSOE, dirigida por Alfonso Guerra.

La predisposición de la presidenta de Andalucía a hacer suyo el discurso de que el PSOE no facilite ni permita un Gobierno del PP, parece abocar a una repetición de las elecciones generales. Consecuencia que también se desprende de la dificultad que el propio Pablo Iglesias y su partido tienen para modular su discurso respecto a la consulta soberanista por la presión de sus socios electorales en Cataluña, Valencia y Galicia, evidenciada en la exigencia fraudulenta de tener grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados.

La constitución del Parlamento el próximo día 13 será la primera prueba cierta de por dónde van las cosas. Pero hoy todo parece indicar que la repetición de las elecciones generales será inevitable. La cesión a alguna de las pretensiones inadmisibles que hoy se plantean no sólo sería una muestra de debilidad de unos y otros, sino que daría la impresión de que un pacto insostenible y letal para nuestro país estaría encima de la mesa con posibilidades de llegar a materializarse. Lo que sería mucho peor que la larga situación de interinidad y parálisis que se vislumbra para la mayor parte del año que acaba de comenzar.