Enrique López
La educación del ciudadano
De nuevo surge el debate sobre la recuperación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía que tanta polémica trajo tras su introducción como indiferencia tras su sustitución. Existen varios conceptos de ciudadanía, pero quizá el más comprensivo es su acepción jurídica –la calidad que posee el habitante de un determinado Estado en virtud de la cual goza del efectivo ejercicio de los derechos políticos y soporta el cumplimiento de las obligaciones de igual naturaleza– y, en mi opinión, es el que debería ser tenido en cuenta para establecer un currículo de una enseñanza reaccionada con este tema. Esto es, intentar que los jóvenes conozcan y respeten estos derechos, así como fomentar el cumplimento de sus obligaciones. Pero el problema surge cuando este aprendizaje se trasforma en un adoctrinamiento, intentando influir en la concepción moral e ideológica del sujeto en pleno desarrollo de su personalidad, puesto que, en lo que respecta a la moral e ideología, el derecho al disenso es la ley natural. Algunos aspiran a conseguir eso que se denomina «hombre nuevo», plenamente sometido al Estado que todo lo puede y les ordena. Otros muchos nos movemos más a gusto en la libertad, el libre desarrollo de la personalidad, siempre, eso sí, con pleno respeto al núcleo básico de los derechos fundamentales, sometimiento a las normas y cumplimiento de las obligaciones legales. Llámese como se llame la asignatura, de lo que no me cabe duda es que nuestros jóvenes deben conocer nuestra Constitución desde su tierna infancia, en especial el título primero –derechos y deberes fundamentes– que principia con un precepto que se debería saber de memoria. Art. 10: «La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social». La dignidad humana solo se protege a través del libre desarrollo de la personalidad y el respeto a todos, a las minorías, pero también a las mayorías. Filósofos como Friedrich Hayet o Karl Popper son muy poco recomendados por aquellos que creen en que el Estado lo debe dirigir todo, pero su lectura es muy recomendable. Popper no creía que hayan existido nunca sociedades mejores que las occidentales, algo que comparto plenamente. También decía que el aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo, frase que también puede constituir un buen principio para sentar una adecuada formación democrática. Popper creía en una sociedad abierta que definía como aquella en la que los hombres han aprendido a ser hasta cierto punto críticos con los tabúes y a basar las decisiones en la autoridad de su propia inteligencia. La libertad no es algo que tengamos asegurado, es algo por lo que se vive y se lucha diariamente, y no podemos permitir que nadie nos la arrebate, incluso bajo el pretexto del bien común, porque al final, en nombre del bien común, se han cometido muchas atrocidades.
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