Julián Redondo
La fama
El reparto de los derechos de televisión reduce las diferencias, aún abismales, entre el Madrid, el Barça y el resto. Además hay otro factor que interviene en la aproximación ambos grupos, las lesiones. Lo que padecen los dos últimos campeones de Europa es una epidemia. Sergi Roberto ha sido el siguiente. Cayó cuando se cumplía el cuarto de hora del partido en Borisov. En su lugar entró el bigoleador Rakitic, que rotaba para descansar porque el Bate no es el ogro; aunque ganó 3-2 al Roma. El primer tiempo fue un asedio total, la carga de la brigada ligera, el bombardeo de la Luftwaffe, inofensivo en este caso, pero amenazante como las cornetas del Séptimo de Caballería. Luis Enrique alineó a Ter Stegen en la portería, pero podía haberle situado de portero delantero. El colega Chermik, en cambio, se empleó a fondo con despejes muchos de ellos poco o nada ortodoxos. El golazo de Rakitic fue imparable. Como el de Foket en Mestalla, que volvió la mirada hacia Nuno. Es la costumbre, el sempiterno «vete ya» que han escuchado todos los técnicos de la era moderna que han pasado por Valencia.
El público de Mestalla tiene fama de intransigente. No perdona una, es cierto. Quique, Cúper y Rafa Benítez, entre otros, fueron invitados a dimitir por la grada. Cualquier conquista es efímera; cualquier éxito, baladí, y el mínimo error, imperdonable. Por la razón que sea, a Benítez le persigue el fantasma del «catenaccio», aunque sus equipos marquen goles en una piscina o a oscuras. Parte de culpa de la fama que resurge en el currículo del técnico madrileño la han resucitado Benzema y Sergio Ramos, acusadores. A Rafa no le salvan ni las estadísticas. Y ya puede hacerle un roto al PSG y otro al Celta o arderá en el infierno. Le han condenado.
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