Julián Redondo
La fiesta en paz
Hervirán los seguidores del Bayern en la Plaza Mayor, tostados al sol, «coloraos» como cangrejos, y bañados en cerveza antes de acudir al Bernabéu, templo que siempre exige un sacrificio, el del perdedor. Ojalá que esa ingesta que se presume colosal no provoque efectos adversos tales como humillar a esas mendigas que forman parte del paisaje urbano madrileño y se multiplican con el fútbol internacional. La miseria de estas desdichadas sirvió de dudosa distracción y vergonzoso jolgorio a los hinchas holandeses del PSV, paisanos del moralista Jeroen Dijsselbloem, y a los ingleses del Leicester. Podría decirse del abyecto comportamiento de esas dos aficiones que fue «tan ruin como sufrir una embolia entre las piernas de una puta o ser abaleado en la letrina de un western» («Tratado de la infidelidad», Julián Herbert y León Plascencia.
De los alemanes se espera conducta civilizada en la calle y apoyo tenaz en el estadio. Carlo Ancelotti y sus muchachos lo van a necesitar. Perdieron en Múnich (1-2) y la eliminatoria es claramente favorable al Real Madrid, por el resultado de allí y porque el fútbol del campeón bávaro es más predecible y contrarrestable fuera de su país. Ancelotti conoce los recovecos de su antiguo equipo, las debilidades de algunos jugadores hoy adversarios –las describió en un libro– y adiestró a Zidane, pero los mensajes que lanzó en el césped del Allianz Arena son más inquietantes para él que para el alumno. El Madrid es favorito; pero no se confía, y a «Zizou» no le quita el sueño la baja de Bale, tan habitual, porque Isco le proporciona ventajosas alternativas.
Acaricia el Real las semifinales, también el vecino del Calderón, obligado a sustanciar el 1-0 del partido de ida en Inglaterra. El Leicester no es el Bayern; el actual campeón de la Premier era la cenicienta del sorteo y la suerte sonrió al Atlético. Sólo tiene que corroborarlo.
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