Carlos Rodríguez Braun

La Guerra de las Malvinas

La Razón
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Gracias a mi amigo y paisano Gustavo Álvarez Santos he podido leer «1982. Los documentos secretos de la Guerra de Malvinas/Falklands y el derrumbe del Proceso», del destacado periodista argentino Juan Bautista Yofre. Este libro indaga y aporta documentación sobre una vieja sospecha: el general Galtieri y los «milicos» no ocuparon las Islas Malvinas para reafirmar la soberanía nacional, sino que hubo efectivamente una conspiración para derrocar al general Viola y después invadir las Malvinas en una operación de «lavado de cara del Proceso».

Hubo militares y civiles que advirtieron del desastre que se avecinaba. El ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz avisó que «los ingleses mandarían una flota para recuperarlas». Pero varios militares, en cambio, aseguraron tontamente que Estados Unidos no iba a respaldar a Gran Bretaña, y que Margaret Thatcher no iba a arriesgarse a una guerra. El general Luciano Benjamín Menéndez afirmó sin rubor: «Los ingleses no pueden intentar ninguna acción de guerra en el Atlántico Sur y si lo hacen van al más estruendoso fracaso militar».

Ronald Reagan le recordó a Galtieri que Inglaterra era un aliado «muy particular de Estados Unidos», y añadió: «Conozco a la señora Thatcher y sé que es muy decidida, contestará todo acto de fuerza con más fuerza». Le envió a ella un telegrama que cualquier presidente americano habría enviado a cualquier jefe de gobierno británico: «No seremos neutrales si los argentinos apelan al uso de la fuerza». Pero el delirante general llegó a pedirle a Reagan que firmara un documento garantizando que Inglaterra iba a devolver la soberanía de las Malvinas a la Argentina «en un plazo prudencial». Subraya Juan Bautista Yofre que EE UU hizo lo posible para evitar el enfrentamiento, y por eso al final «había quedado mal con los dos bandos». Reconoce también los esfuerzos de España, a pesar de lo «distinto y distante» que comentó el entonces presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo.

El respaldo del pueblo argentino fue tan bochornoso como unánime: acudió en masa a la Plaza de Mayo a vitorear a Galtieri, y apenas un puñado de independientes, empezando por Borges, se apartaron del frenesí nacionalista que arrebató a políticos, sindicalistas, empresarios, religiosos, deportistas, periodistas, artistas e intelectuales de toda condición. No sólo grupos terroristas como los Montoneros apoyaron la aventura malvinense, sino que los «milicos» buscaron y obtuvieron el apoyo de las más siniestras dictaduras comunistas, desde Cuba a la URSS, pasando por Khadaffi, cuyo régimen también era prosoviético y entrenaba a terroristas, y que envió cinco Boeing repletos de armas.

La verdad es la primera víctima de la guerra, pero puede resucitar, no como los seres humanos. Al final, tras varios cientos de víctimas y una humillante derrota, resultó que, como se ratifica en este libro, los gobernantes argentinos habían mentido: no intentaron recuperar las Islas Malvinas por la fuerza para defender la soberanía argentina, sino que era «un manotazo de ahogado para rescatar un proceso militar difícil de mantener».