José María Marco
La identidad del PSOE
La irrupción de Podemos en la vida política de nuestro país ha generado una enorme expectación que ha convertido a la organización, y en particular a su líder, en los grandes protagonistas de estas últimas semanas. Ahora ha dejado paso a la reorganización del PSOE, y de esta dependerá, en realidad, que Podemos siga en primer plano o que pase al que le corresponde.
El nuevo partido no es una novedad en el panorama europeo. En casi todos los países de la UE existen organizaciones populistas, de izquierdas o de derechas, más o menos antisistema. En España no habían logrado cuajar porque, salvo en Cataluña y el País Vasco, donde sí existen nacionalismos populistas radicales, no había un marco político que les diera verosimilitud. La crisis, y sobre todo la duración de la crisis, que ha afectado a la gestión de los dos grandes partidos, han llevado a la puesta en cuestión de la representación. Y, por tanto, a la aparición de distintas alternativas. (Para este asunto es recomendable leer el libro «La urna rota», firmado por el grupo Politikon.)
El caso español resulta original porque Podemos no surge desde fuera, sino más bien como un movimiento propiciado por las actitudes de uno de los dos grandes partidos, en este caso el PSOE. Rubalcaba dejó al 15-M campar a sus anchas en el centro de Madrid. Entre los ideólogos de Podemos está algún nombre importante en la historia reciente del PSOE, y las actitudes y la imagen de Podemos indican bien hasta qué punto el movimiento surge naturalmente del PSOE de Rodríguez Zapatero.
Por eso el PSOE se enfrenta en este asunto a un problema de fondo, que no atañe sólo a su posición en el espectro electoral, sino a su misma identidad. Ahora mismo, se diría que el alma del socialismo español ha renacido en Podemos, que representa ese discurso irrealista, ultraideologizado y sectario propio del socialismo de los últimos años, en el que lo único que parecía importante era reafirmar el monopolio de la legitimidad de la izquierda frente a «la derecha». El PSOE, por tanto, no se enfrenta sólo a una cuestión táctica que le lleve a distinguirse de la nueva izquierda. Se enfrenta a una cuestión estratégica que le debería llevar a encarar la herencia envenenada de Felipe González, enquistada bajo el mandato de Rodríguez Zapatero. Es posible que en los dos últimos años se haya convertido en una cuestión de supervivencia. El debate de ayer no suscita gran optimismo, la verdad.
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