Ángela Vallvey

La importancia de ser

En 2014 ha desaparecido tanta gente importante que parece que sólo hemos quedado los mindundis en este valle de lágrimas tributarias. «Que a papas y emperadores y prelados, así los trata la muerte, como a pobres pastores de ganados», que diría Jorge Manrique. Pero las pérdidas no han sido sólo físicas: políticamente también estamos asistiendo a una escabechina. Se ha recrudecido la caída civil de figuras políticas que parecían estandartes sin los cuales la sociedad podría despeñarse en los abismos del caos. Ex vicepresidentes. (¡Un rey!). Pujol. Ministros. Grandes ingenieros sociales que estuvieron mandando mucho durante décadas y escribiendo sus deseos en el BOE con la misma facilidad con que una adolescente locuela lleva un diario. Enchufados políticos en las altas instancias que daban lecciones de ética mientras practicaban la aleatoriedad moral según el saldo de su «tarjeta black». Cabecillas de las cajas de ahorro antaño gloriosas y hoy infectadas por el ébola consuetudinario de los Codiciosos Sin Fronteras que las mangoneaban... Etc. Verbigracia, los restos arqueológicos del aznarismo, acuñado en grandes nombres supuestamente protagonistas de la crónica político-económica en la España de las últimas décadas, están siendo barridos como polvo del tiempo: imputaciones, juicios, desdoro público, feos indicios, probadas conductas nauseabundas...

El ocaso ha llegado a la vida de muchos que jamás imaginaron un final así para sus carreras. Personas que se sentían imbuidas de autoridad, ¡que «eran la autoridad»!, de un día para otro se han convertido en nulidades (en el mejor de los casos) y/o en sujetos imputables bajo sospecha. No hay nada peor que creer que uno es tan importante como el cargo que ocupa: porque en cuanto pierde el cargo, deja de tener importancia. «Pues aquel gran Condestable, maestre que conocimos, tan privado, no cumple que de él se hable mas sólo como lo vimos, degollado». (Etc.).