Balance del Gobierno

La mala reputación

La Razón
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Lo peor del PP es su reputación. El deterioro de la marca es monumental y no se vislumbra en el horizonte nada que permita suponer que las cosas van a ir a mejor. Dentro de unas semanas comenzará de nuevo el calvario judicial y raro será el día en que las cadenas de televisión a las que con tanto afecto ha tratado La Moncloa, no abran informativos o monten tertulias con ese rosario de ex ministros, ex presidentes de CCAA, ex consejeros y ex diputados que aparecen colgados del Caso Gürtel, el Caso Púnica y todos los asuntos abiertos por ahí. No tengan la mínima duda de que llegaremos a elecciones autonómicas y municipales de junio de 2019, hartos de escuchar que el PP es el partido de la corrupción. Y eso desgasta, máxime cuando tu rival directo en las urnas, lo hará fresco y limpio como una patena. Ciudadanos no gestiona un solo Ayuntamiento, Diputación o Gobierno autonómico, y eso le permite dar lecciones a diestro y siniestro y dedicarse a promover su imagen. Si los populares se pegan un cacharrazo dentro de año y medio y no consiguen reconquistar ciudades emblemáticas como Madrid, Valencia o Sevilla, la sensación de fin de ciclo será agobiante y las posibilidades de Mariano Rajoy de renovar como presidente se reducen al mínimo.

La economía va como un tiro, pero como argumento electoral tiene poco peso, por varias razones. La primera es que se ha instalado en la gente la idea de que es cuestión de ciclos, de coyuntura internacional, y que de no cruzarse un patoso como Zapatero, los negocios, el empleo y hasta las pensiones marchan bien con que haya un gestor medianamente sensato.

La segunda, es que el PP carece de política de comunicación digna de ese nombre, es incapaz de vender hasta lo obvio y no transmite la sensación de tener un proyecto ilusionante para España. Tercera y más relevante, es que esta vez no podrá el PP capitalizar el voto del miedo y presentarse como el mal menor, porque el desinflamiento de Podemos y el desquiciamiento de los nacionalistas periféricos ha disipado en el electorado el temor lógico a un «frankestein» como el que parecían dispuestos a montar Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y algunos separatistas. El único consuelo que les resta a los populares es aferrarse a que habrá mayoría absoluta de centroderecha, pero ni eso lo tienen seguro, porque a lo mejor llega el día y Ciudadanos opta por mirar a su izquierda y montárselo con lo que quede del PSOE. Basta que den los números.