José María Marco
La memoria histórica de Rivera
Los dos debates de investidura celebrados esta semana no habrán dado el resultado político que debían dar, es decir, la formación de un nuevo gobierno. En cambio, han estado llenos de gestos significativos y han consolidado el cambio que se viene produciendo en nuestro país, como en el resto de las democracias liberales, desde la crisis económica. A mi juicio, hay dos elementos particularmente interesantes. Uno es la definitiva ruptura de la izquierda, que compite por (casi) el mismo electorado. El otro es la irrupción de la postmodernidad en la escena política, con un Pablo Iglesias que utiliza con un tono «cool» y el debido cinismo, siempre pendiente de las redes sociales, los registros más variados, desde la cita literaria al eslogan pasando por la imprecación, el insulto y la evocación de alguna canción sentimental.
No ocurre lo mismo en el centro derecha, y esto también resulta reseñable. En este campo el Gobierno del PP ha sacado adelante el país, a diferencia del PSOE, que lo hundió. Además, el PP tampoco tiene el historial de mentiras sistemáticas como las que removió Iglesias en su primera intervención. Y está Albert Rivera, que tiene prisa por llegar a ser el Churchill español, pero que carece del descaro y el instinto de la escenografía que se necesita para eso, algo que, en cambio, le sobra a su rival en el otro campo. Quizás para paliar su encogimiento, Rivera buscó el golpe con el tópico de que el PP es de derechas, poco menos que heredero del franquismo, como Rajoy lo es, supuestamente, de AP.
Es la misma acusación que la izquierda, y en particular el PSOE, han hecho una y otra contra el centro derecha desde el principio de la Transición. Para eso ha servido y sigue sirviendo la Memoria Histórica, para hacer imposible la continuidad, monopolizar la democracia y relegar al adversario al margen. Salvo en tiempos de Aznar, el centro derecha político ha aceptado ese discurso de falta de legitimidad democrática. Lo ha hecho suyo hasta el punto de que ni siquiera es capaz de escuchar un argumento, aunque sea en favor suyo, que no venga respaldado por la izquierda. El «nuevo» PP surgido de estos años ha llevado esta actitud al límite. Se explica, al menos en parte, la abstención de sus electores.
Así que allí donde Pablo Iglesias critica al PSOE desde la izquierda y hace visible el cambio producido en estos años, Albert Rivera hace su correspondiente crítica al centro derecha... también desde la izquierda. Aunque pueda llevar a Ciudadanos a electores más identificados con el centro, también lleva a los desencantados del PP a defenderse ante quien, de nuevo, les está llamando franquistas. Lo de siempre, en tres palabras. Es difícil que Iglesias llegue a presidir un gobierno. Si Rivera sigue como ha empezado, en cambio, es seguro que no lo conseguirá nunca, ni siquiera por desgaste del Partido Popular.
El centro derecha político sigue enredado en fantasmas y obsesiones que han dejado hace tiempo de estar vigentes entre los electores y en el conjunto de la sociedad. La crisis los ha dejado definitivamente atrás. Hace falta que alguien reajuste el discurso y las actitudes del centro derecha (y un poco del centro izquierda) a la naturalidad con que se viven las opciones políticas en el conjunto de la sociedad. No parece que eso vaya a ocurrir, pero quien se atreviera a hacerlo, se llevaría de calle la victoria en las próximas elecciones.
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