Fernando Rayón

La mentira

La Razón
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No cambiamos. Y así la historia debe repetirse una y otra vez. Cuando se anunció el atentado contra nuestra embajada en Kabul en el que fallecieron dos policías españoles, un veterano periodista, conocedor tanto de nuestros políticos, como de los terminales mediáticos que les apoyan, me lo adelantó: «Querrán convertir este ataque terrorista en responsabilidad del Gobierno, con los consabidos ‘‘el Gobierno nos miente’’ y ‘‘oculta la verdad’’». No ha habido que esperar mucho y, como en otras campañas, parece que todo vale con tal de acabar con Rajoy y el PP.

¡Pues claro que atacan a España! ¡Y claro que defender la libertad tiene un coste! Pero sorprende que un país serio como es Francia –Juan Pablo Colmenarejo lo recuerda una y otra vez–cerrara filas tras su atentando mientras España se empeñe en hacer más sangre. Nadie habló en el país vecino de errores de sus servicios de inteligencia, de falta de control en sus fronteras, de desorden en el seguimiento de posibles yihadistas... Vino después, cuando tocó hacer balance para que, en la medida de lo posible, no se repita. Pero, en el momento del dolor y de la conmoción Francia se hizo una piña y, afortunadamente, todo el mundo con ellos. Por eso se entienden menos esas sospechas caínitas de determinados políticos y analistas que quieren sacar rédito de una desgracia como el atentado. Pero nada como ver a quien sirven esas críticas para descubrir sus intereses en toda esta película.

La parte positiva –siempre hay que sacar oportunidad de la contradicción y el dolor– es que ya no deben sorprendernos estas actitudes. Nuestra joven democracia ha acumulado experiencias dolorosas a lo largo de estos años. Y también es bueno tener memoria para no olvidar y para saber quién y por qué dijo y dice lo que dice.

Ayer votaron los franceses. Hace unos días los argentinos y venezolanos, y aunque Zapatero nos pida serenidad para analizar los «temas venezolanos más sensibles», hay argumentos, promesas y, sobre todo actitudes de los partidos políticos antes, en medio y después de las últimas elecciones, que no necesitamos que nadie nos explique o venda. Ya nos vamos haciendo mayores no sólo para votar constreñidos por el miedo, sino para no dejarnos manipular por el griterío que producen las campañas.