Ángela Vallvey
La ocasión
Nos rodean muchos casos de escandalosa corrupción política. Lo que se encuentra detrás de la mayoría de esos abusos es, simplemente, una buena ocasión. Una posibilidad. El concepto utilitario y especulador de la moral que permite a una persona pillar cualquier pieza al vuelo. ¿Por qué hay tantos corruptos?, nos preguntamos. ¿No son demasiados...? ¿Cabe siquiera imaginar que existan tantos individuos de moral distraída? ¡Si la mayoría somos gente decente...! Aunque también sucede que, la mayoría, no tenemos ocasión de demostrar lo contrario. El denominador común de todas esas sentencias, y procedimientos abiertos, o mangancias clamorosas, no es la larga serie de personas de moral dudosa: lo que los une es que todos ellos han tenido «la oportunidad». Han «podido» meter la mano, aunque eso les haya llevado a meter también la pata. Cualquier ladrón no sabía que lo era hasta que pudo robar con impunidad. El corrupto, probablemente ignoraba hasta qué punto es capaz de pringarse. Lo supo cuando le sirvieron la posibilidad de obtener poder, beneficios o una situación privilegiada frente a los demás. Fue quizás entonces cuando descubrió que era el vergonzoso propietario de una moral contingente, cuyo sesgo varía según las circunstancias: cuando podía robar, aprovechaba la oportunidad, y cuando no lograba hacerlo clamaba a los cuatro vientos reclamando airado la regeneración de la vida pública. Así descubrió el corrupto que poseía una veleta donde debería tener la conciencia y se dio cuenta de que los valores están sobrevalorados (excepto en la Bolsa, donde uno nunca tiene bastante...). En cualquier caso, es probable que, si acabásemos con las ocasiones, disminuiríamos considerablemente el número –nunca clausus– de bribones. No todos abrigamos la misma moral u opinión. Como diría Shaw, no sería deseable que todos pensáramos igual porque la diferencia de opiniones es lo que hace posible las carreras de caballos... Pero cuesta pensar que haya tanta gente implicada en casos que nos repugnan, que rechazamos con contundencia sin preguntarnos si nosotros actuaríamos igual que ellos. ¿Varía nuestra moral en función de las circunstancias, o somos inflexibles como vicarios victorianos criados en un páramo? ¿Qué seguridad tenemos de que habríamos dicho «no» mientras los demás decían «sí» y se llenaban los bolsillos? ¿Nuestra repulsa por la corrupción es auténtica? El refrán dice: «la ocasión, hace al ladrón». (Cuidadito).
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