María José Navarro
La Pelos
Mira que hay científicos en el mundo salvando vidas y mira que hay bomberos sacando a gente de incendios, médicos abriendo vías en corazones y devolviendo al mundo a seres humanos. Pero yo quiero romper una lanza por los verdaderos psiquiatras del mundo, por los psicólogos camuflados que pueblan nuestras calles y que nos devuelven la autoestima y la alegría: los peluqueros. He ido a la peluquería porque llevaba tres dedos de raíz y unas canas gordas como los pelos de una fregona, y llegué con toda mi depresión, con mi color de cara aceitunas de Campo Real, con ese rictus de asco que me provoca mi cutis mixto. ¿Por qué me salen granos a estas alturas si ya sólo tengo edad de pústulas? Oye, me pusieron la batita, el tinte, me sirvieron un cafetito y me dieron vueltas con la cucharilla al azúcar para que no se me dañaran las uñas de las manos que me las estaban pintando y me dije: esto es la felicidad. Me llevaron al sitio donde te lavan la cabeza, me pusieron en el sillón que da masajes, mi champú del color, mi mascarilla. Qué leches Punta Cana, me quedaba yo en la peluquería para siempre. Y luego te hacen las ondas tan bien, que te las tratas de hacer tú y te queda el pelo como a Ana Botella. Y sales de ahí, sales que deberían esperarte a porta gayola. Bufas de lo bien que sales. Pero como no tienes plan te vas a casa y te pasas la tarde mirándote al espejo. Y ahora llega la hora de acostarte y te vienen las dudas: Ay, las ondas. Que se me van a aplastar las ondas. ¿ Y si me duermo sentada? Porque aquí lo fundamental es que te dure el peinado. Y aguantas, aguantas días hasta que la grasa te come. Y cuando te vuelves a lavar el pelo, regresa tu triste realidad. Todas somos Carmena.
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