Paloma Pedrero

La pereza

Decía Tomás de Aquino que los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada. No dudo de que la pereza es uno de los más poderosos y dañinos. Está en nosotros como está la necesidad de amor, pero no ser conscientes de su fuerza nos acerca a la muerte en vida. De la pereza nacen las grandes depresiones de los humanos. Es, además, el más complicado de los vicios, ya que se refiere a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Esto nos llenará de tristeza, sí, pero además, dará a los que nos rodean una sobrecarga de responsabilidad. La propia y la del perezoso. La pereza en el sentido más metafísico del término tiñe al mundo de negatividad. Los que no encuentran el gusto por “hacer” lo manifiestan de forma teórica y práctica. Son los quejosos, los que expresan que nada se puede cambiar, que los otros no son de confianza, que la culpa de sus males la tiene la sociedad entera. Son los que se transmutarían sin pena en lagartos al sol. En la praxis el holgazán inconsciente no solo no ayuda sino que da el doble de trabajo al que tiene al lado. ¿Los conocen? Tienen un ritmo muy lento y no se suelen ofender cuando les recriminas no haber hecho su labor. Más que nada porque en ese momento ya la has hecho tú y allá cuentas. Después viene el lamento, que si nadie me valora, que si no prospero. Fíjense que yo creo que casi la mitad de los vivos se alimentan de la otra mitad. ¡Y no lo tratamos en la educación, en los colegios! ¿Será que estamos atrapados en la pereza?