
Francisco Marhuenda
La reforma de la educación
La educación ha sido históricamente uno de los problemas que explican el retraso que sufrió España en siglos pasados. Desde el reformismo borbónico, impulsado por los excelentes ministros que tuvieron Felipe V, Fernando VI y Carlos III, hasta nuestros días ha sido un tema de permanente preocupación para los que veían las graves carencias y las causas de la lenta decadencia que sufría la monarquía española. Con los Borbones llegó el espíritu de la Ilustración y la preocupación por la modernización de una España que se había quedado alejada de la centralidad del poder así como del desarrollo cultural y científico. Han pasado tres siglos y la educación sigue siendo un grave problema que lastra el crecimiento social y económico de nuestro país. Durante mucho tiempo ha sido el terreno habitual de confrontación entre concepciones ideológicas contrapuestas y doctrinas educativas, que han ido desde posiciones dogmáticas hasta el equivocado progresismo de la izquierda, influida por las experiencias anglosajonas. En este sentido, se consagró un modelo que no estaba basado en el esfuerzo y en el que se deterioró la autoridad del profesor. Las consecuencias de esa polémica concepción las sufrimos desde hace años. A esto hay que añadir uno de los mayores errores que se cometió en la Transición y que no será fácil corregir. La cesión de las competencias en materia educativa se realizó sin establecer un marco adecuado y unos mecanismos de control eficaces para garantizar la igualdad y la calidad, así como impedir el adoctrinamiento nacionalista en las aulas. Fue una equivocación enorme porque entre el centralismo anterior y el despropósito actual existía un término medio que hubiera permitido que las comunidades ejercieran la competencia sin llegar a determinados despropósitos. La Constitución consagró el derecho a la educación en el artículo 27, permitiendo un amplio desarrollo.
La educación siempre ha tenido, desgraciadamente, un fuerte componente político. La realidad es que todas las leyes educativas han sido de los gobiernos socialistas, sin que existiera la voluntad de buscar el apoyo del centro-derecha. La izquierda tiene una concepción patrimonialista de la educación que en algunos aspectos se traduce, incluso, en planteamientos sectaristas. Rajoy es un buen conocedor de la materia, ya que fue ministro de Educación y en su agenda reformista se encontraba, precisamente, la reforma de la educación para alejarla del partidismo, el dogmatismo y el sectarismo. España necesita una educación de calidad basada en el esfuerzo con los mecanismos correctores que sean necesarios para que todos, tal como establece la Constitución, puedan acceder a ese derecho en igualdad de condiciones. Es uno de los aspectos en los que el Estado tiene que ser muy intervencionista, garantizando becas, préstamos y sueldos para que no perdamos el futuro. No me gustan los tópicos que se han instalado contra la Universidad pública, que está llena de magníficos profesores con una gran vocación. Lo mismo sucede con los alumnos. Las generalizaciones son fruto del desconocimiento. Al igual que hay buenos y malos políticos, también hay buenos y malos alumnos y profesores en todos los niveles educativos. Lo importante es que los buenos son la inmensa mayoría.
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