César Vidal

La sonrisa de América

Para millones de norteamericanos, Shirley Temple es un nombre escuchado a diario. Así se denomina una bebida de consumo femenino consistente en añadir granadina a un Seven-Up y sumarle una guinda y una rajita de naranja. El producto es agradable, refrescante y casi infantil. En otras palabras, muy adecuado si se quiere reproducir el espíritu de la actriz y bailarina que le dio nombre. Desde 1933 a 1935, Shirley Janine Temple fue la número uno en las pantallas de EE UU porque se había convertido en el símbolo de toda una nación que luchaba contra la Gran Depresión y pretendía salir de ella con optimismo y decencia. Cuando apareció por primera vez en la pantalla con cuatro años, las películas sonoras tenían un escaso lustro de edad y aquella presencia vivaracha proporcionaba un respiro de las angustias vividas a diario fuera de las salas. Desde 1933 a 1949, protagonizó unas cuarenta películas, la mayor parte de ellas rodadas antes de que Shirley tuviera doce años. Pero no se trataba sólo de hablar y sonreír. Shirley era una prodigiosa bailarina en la época en que hasta los desempleados que vendían manzanas en la calle para salir adelante realizaban pasos de claqué para llamar la atención. Algunos de sus números musicales han pasado a la historia, como el que realizó en compañía del larguirucho Buddy Ebsen o de Bill «Bojangles» Robinson, el genial bailarín negro. Mientras la FOX creaba una muñeca Temple – todavía muy cotizada –, el país contemplaba a una niña que ante las dificultades peores exclamaba «¡Oh my Goodness!» y sabía encontrar un camino para salir adelante por más que el cielo fuera más negro que los balances de Wall Street. Por eso, desapareció poco después de la Gran Depresión, cuyos efectos tanto ayudó a soportar. Su regreso, mayor y casada, se produjo en los sesenta. Lo hizo de una manera típicamente americana: sirviendo a su país en misiones en el extranjero. No es fácil saber si fue una embajadora avezada. Quizá no hacía falta. En ella quedaban resumidos muchos de los mimbres que han tejido la grandeza de EE UU: trabajo duro y continuado, el deseo de salir adelante, la confianza en vencer las dificultades, la sonrisa frente a la contrariedad, el amor a la nación que se traduce en querer servirla... No es extraño que hoy siga existiendo una Temple Brand (Marca Temple) que congrega a millones de admiradores o que las jovencitas se refresquen con una bebida que lleva su nombre.