El desafío independentista
La tragedia griega
En la historia del separatismo catalán los dirigentes políticos parecen cómicos extraídos de una comedia de enredo del Siglo de Oro, protagonistas de una falsificación de la historia que desea alcanzar una falsa épica usando una extensa lista de actores de ópera bufa con pretensiones de teatralizar una tragedia griega. El coro, elemento fundamental en los orígenes del género griego, está protagonizado por un pueblo abducido por una intensa campaña de propaganda publicitaria, mientras los figurantes recitan sus largos monólogos sobre el llamado «Dret a decidir». El primer estudio sobre la tragedia griega la realizó Aristóteles en su obra «Poética», donde afirma que, para entender la obra, esta debía ser completa y perfecta, con un principio, un desarrollo y una catarsis final, que debía representar la toma de conciencia del espectador sobre la caída del héroe trágico. El sinfín de personajes que interpretan en Catalunya la falsa copia de las obras de Sófocles o Esquilo, está protagonizado por multitud de gañanes, ladrones, arribistas y burgueses enriquecidos. Primero fue Pujol, convertido en el héroe trágico, y ahora es Artur Mas, el nuevo protagonista, que ha actuado con la soberbia que le caracteriza y contra las leyes, lo que debería ocasionarle su caída política y el fin de la truculenta y trágica historia del secesionismo catalán. En el otoño de 1934 se representó en la «Casa dels Canonges» de Barcelona una parte de la trama inicial de nuestra trágica guerra civil. Lluís Companys, el presidente de la Generalitat, despechado por las revelaciones sobre su vida sexual que hizo su enemigo Miquel Badía («Capità Collons», comisario de la policía política de ERC y asesinado en 1936 siguiendo órdenes, según parece, del propio Companys), organizó junto a su amante Carme Ballester, una sesión espiritista, conocida popularmente como la «Missa negre», sobre la cama dónde murió el presidente Francesc Macià, en la que Companys hizo jurar amor eterno a su amante, ante las murmuraciones que el propio Badía lanzaba sobre el presidente de la Generalitat y su falta de compromiso nacionalista. Terminado el aquelarre amatorio, organizó el golpe de estado del 6 de octubre de 1934, para dar satisfacción a su concubina y sobre todo a sus críticos, que le achacaban falta de compromiso nacionalista. «Ahora ya no dirán que no soy catalanista», musitó en voz baja, pero perfectamente audible un lunático presidente de la Catalunya levantisca. En verano de 1936, 8.500 catalanes fueron asesinados por los compañeros de aventuras políticas de Companys. Traigo a colación esta historia acaecida hace 83 años, como símil de lo que estamos viviendo en estos momentos, con unos gobernantes al margen de la ley. Los románticos criticaban la visión poética neoaristotélica, que consideraban privada de sentimientos y distante de los tiempos modernos y exaltaban el personaje trágico, que debe aparecer siempre como víctima de una suerte injusta y que moviliza a las clases sociales medias y bajas. El populismo separatista. Pero siguiendo las indicaciones de Aristóteles, deberíamos saber que Mas y los suyos nos llevan a una nueva tragedia griega. Avisados estamos.
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