Joaquín Marco

La transparencia

El poeta Juan Ramón Jiménez clamaba en su poesía por la transparencia. Los políticos se han apropiado ahora del término para oponerlo al concepto de corrupción, aunque sería más oportuno utilizar términos menos ambiguos como honradez, ética o moral. Según el último barómetro del CIS, gracias a los medios que han aireado la recuperación económica, la población española observa con algo menos de preocupación el problema del paro, que anda por el 76,8% (en 2011 era del 82,6%), aunque aumenta ligeramente el de la corrupción. No es gratuito. Hace unos días escuchábamos un servicio informativo en el que todas las noticias giraban en torno a corrupciones políticas o juicios en marcha. En 2011 tan sólo el 6,9% de la población estaba preocupada por el problema. Hoy andamos en el 38,8%. Ello no quiere decir que no existiera anteriormente. De aquellos polvos vienen estos lodos. El Gobierno propone también una ley de transparencia que desearía que compartieran el resto de las fuerzas políticas. Las discusiones sobre si los imputados deben seguir ocupando o no cargos públicos están a la orden del día. Todo ello redunda en un menor aprecio hacia las fuerzas políticas tradicionales, a las que se observa antes como problema que como solución. Las recientes elecciones europeas deberían hacer reflexionar a cuantos se ocupan de la cosa pública. Pese a todo siguen siendo el paro y la situación económica los más graves problemas que se mantienen, pese a que desde Semana Santa los medios trasladan la tendencia a la baja del desempleo, «aunque sea pequeña», como comenta Juan José Toharia, presidente del instituto de opinión pública Metroscopia. La transparencia, sin embargo, no va a afectar a la situación presente, sino que sus efectos se verían en el futuro. No resultaría fácil medir la honestidad de nuestros gobernantes. El poder corrompe, pero la corrupción no puede considerarse generalizada. Hay muchos políticos a los que se les supone con razón la honradez de su trayectoria.

La transparencia pretende hacer visible lo que hoy es todavía opaco. Hay algunos imputados por haber metido la mano en el dinero público o haber favorecido a empresas o amigos. Sin embargo, poco se dice de los corruptores, que los hubo y posiblemente siga habiéndolos. Tan culpables parecen unos como los otros, pero entran ahí intereses que no se manifiestan y que ocupan zonas oscuras del poder económico. Tan sólo la política, ejercida de forma ejemplar, puede alumbrar lo innombrable. La otra pata de la preocupación ciudadana por la corrupción reside en la lentitud de la justicia –admitida por todos–que en estos casos se torna más meridiana. Su reforma se aplaza dadas las dificultades que comporta. Poco contribuye a dar satisfacción a una ciudadanía irritada por la crisis que soporta el drama del paro y el incremento de la miseria. Tampoco se observa una esperanza, en las fuerzas políticas dominantes, de cambios que traduzcan la radicalidad que sería deseable. Constituye un suma y sigue que pone en duda la eficacia de las instituciones del Estado. El PSOE, al estar en la oposición, se ha permitido, en aras de la mal llamada trasparencia, el ejercicio de unas elecciones primarias entre sus afiliados. Tan sólo tres nombres, dos de ellos pertenecientes a la nueva generación, han surgido para sustituir al veterano Pérez Rubalcaba al frente de la Secretaría general. Pero de los tres, sólo dos parecen concitar las esperanzas de la militancia: Eduardo Madina y Pedro Sánchez. José Antonio Pérez Tapias, catedrático de la Universidad de Granada y decano de la Facultad de Filosofía y Letras, es el de mayor edad y quien se inclina más a la izquierda en sus soluciones y resultó también el menos favorecido en la consecución de los necesarios avales. No deja de tener su trascendencia, incluso durante el tiempo que le resta al PP de ocupar su cómoda mayoría absoluta, la actitud que surja de las elecciones del próximo domingo. No es que las posiciones de los dos primeros candidatos difieran mucho (otra cosa es Pérez Tapias, representante de Izquierda Socialista), según se manifestó en un debate público de guante blanco, al que asistieron los medios, y que se redujo a exposiciones personales inspiradas en las seiscientas páginas del proyecto elaborado en la Conferencia Política del mes de noviembre pasado.

Tal proyecto fue coordinado por Ramón Jáuregui y expuesto a las federaciones por Pedro Sánchez. Eduardo Madina, en la ejecutiva del partido, conoce todos los recovecos del PSOE, en tanto que Sánchez se precia de representar a las bases. Ambos se esforzaron en manifestar sus diferencias; pero los tres mostraron su compañerismo y un evidente fair play. Tal vez el tema candente de la cuestión catalana podía implicar alguna disidencia, pero Sánchez y Madina están de acuerdo en dialogar con el presidente Mas, aunque muy lejos de sus planteamientos, proclamando una vez más que la solución del engarce de Cataluña en el ámbito español pasa por la reforma constitucional y la transformación del estado autonómico en federal. En una sola ocasión Pedro Sánchez aludió al término nación aplicado a Cataluña, aunque rectificó a continuación y se refirió a ella como comunidad. Madina precisó también que cualquier consulta, de celebrarse, debería ser legal. Posiblemente, lo que pudieron deducir los observadores del debate, aunque no fuera tal, y que duró 115 minutos, fue el talante personal de cada candidato. Sánchez y Madina se mostraron fríos uno ante el otro y cálidos respecto a Pérez Tapias, tal vez por sus escasas posibilidades. Por otra parte, tal vez interesen más los silencios sobre algunos temas que un programa, ya expuesto con anterioridad aunque escasamente conocido por el votante. Apenas sí se aludió al paro. La impresión general es que se debatieron las cosas de casa, antes que las de una España problemática. Los aspirantes aseguran que celebrarán las primarias abiertas para las presidenciables, como se había anticipado, en noviembre. A ellas prometió presentarse también Carme Chacón. Se habló de cambios, pero también el PP habla de ellos y puede llevarlos a cabo. ¿El llamado cambio puede ser denominado ahora transparencia?