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Las elecciones, todavía lejos

La Razón
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La dirección del Partido Popular parece seguir confiando en que la actitud cerril del secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, a una negociación con ellos y al acuerdo posterior con Ciudadanos cediendo la presidencia al PP, acabará con una nueva convocatoria electoral en la que se volverán a repartir las cartas con la esperanza de que les sean más favorables que las actuales.

Esta esperanza se basa en la convicción de que la actitud que ha tenido Podemos en relación a asuntos relevantes ha enseñado la realidad de lo que se puede esperar de este partido, lo que sin duda va a provocar varios efectos. El primero es la movilización de muchos ciudadanos que se abstuvieron en las elecciones, que ahora no lo harán por el temor a que este partido pueda tener responsabilidades de gobierno o condicionar al mismo. El segundo, que algunos ciudadanos que cambiaron su voto desde los partidos mayoritarios a esta nueva opción, hoy probablemente no lo harían, volviendo a apoyar a aquéllos. Y por último, que estas actitudes dificultarán definitivamente un posible acuerdo de la izquierda en el que estén presentes socialistas y podemitas. Las decisiones de gestión en ayuntamientos como Madrid, Barcelona o Valencia, el apoyo a las tesis de Bildu en el Pais Vasco, el apoyo al derecho a decidir en Cataluña o la no incorporación al pacto antiyihadista son algunas de las razones que apoyan esa creencia. Y a ello añaden la división interna vivida estos días en ese partido con la defenestración del secretario de organización y el alejamiento entre Pablo Iglesias y su numero dos, Íñigo Errejón.

Por otra parte se piensa que la actitud de Albert Rivera en estos meses, y muy especialmente su pacto con Pedro Sánchez para la investidura fallida y su mantenimiento posterior, han hecho ver a los electores próximos al PP que delegaron su voto a favor de Ciudadanos por su enfado con aquél, que es un partido y un líder que no son de fiar, y con un perfil más escorado a la izquierda de lo que esperaban de él, por lo que gran parte de esos electores volverán de nuevo a depositar su voto a favor del PP.

Respecto del PSOE, se considera a Pedro Sánchez el artífice de una estrategia fracasada para él y su partido, apoyada tan sólo en su intento de supervivencia, sin mayor recorrido del que se ha visto hasta ahora, y para el que se aventura su relevo al frente de la secretaría general en el congreso a celebrar en mayo próximo y su sustitución por la actual presidenta andaluza, Susana Díaz, presuntamente más favorable a esa gran coalición a la que aspira la dirección del PP, con su presidente al frente del Gobierno.

Esta posición parece más un deseo que una realidad teniendo en cuenta que los demás actores también juegan esta partida, y, aparentemente, con un escenario de posibles acuerdos y alternativas más amplios de los que a priori parece tener el PP.

Pablo Iglesias y su entorno saben que tienen una gran oportunidad de desalojar al PP del poder para mucho tiempo, a la vez que ellos pueden tener acceso al mismo –directa o indirectamente–, condicionándolo en todo caso, con el beneficio que ello les reportaría para su consolidación y/o a costa del PSOE, pudiendo incluso aminorar su dependencia de las molestas mareas y los demás grupos a los que hoy están asociados. La crisis con Errejón es más un problema de reparto interno de poder y de control de la organización que una amenaza para la estrategia de acceso o condicionamiento del gobierno, en la que hay coincidencia total entre los dos. La reunión aplazada a después de Semana Santa de Iglesias con Sánchez, superando las limitaciones que les impedían a ambos tenerla, y las declaraciones mutuas sobre el deseo común de acabar con el Gobierno PP, son algo más que una mera declaración formal que evidencia el interés de ambos en alcanzar un acuerdo que evite unas nuevas elecciones.

Sánchez sabe que se le agotan los cartuchos y que sólo con Rivera y sin otros partidos que no sean el PP no puede llegar, y que su alternativa es un acuerdo más amplio por la izquierda al que se pudiera sumar activamente –o al menos no oponerse frontalmente– un Podemos domesticado, al menos en su discurso radical y en su apoyo a la consulta soberanista, para hacer digerible el acuerdo a su comité federal y a sus barones, forzando a su vez a Rivera a su abstención o a su rechazo, vinculándolo a la derecha que representa el PP y colocándole en una circunstancia imposible después de haberlo embaucado en un pacto de investidura del que no se ve claro hoy cuál es el rédito obtenido. Es evidente que el congreso del partido a celebrar el próximo mes de mayo tendrá un desenlace distinto si se llega con una posibilidad cierta de gobierno con la izquierda, y no digamos si lo es con la investidura. Si no, la batalla será otra, y en este caso, si como dicen algunos barones, no se puede anteponer lo orgánico a lo institucional y por lo tanto cambiar de candidato, veremos la fuerza y la determinación de Susana Díaz para hacerse con el control del partido y quizás con la candidatura, porque no debemos olvidar que ya en la anterior ocasión la presidenta andaluza dio un paso atrás, lo que podría ocurrir de nuevo si no tuviera claro los apoyos necesarios para imponerse en dicho congreso.

Pese a todo, para el PP no es éste su mayor problema. El aislamiento en que se encuentra le obliga a mejorar mucho su resultado –cosa que no parece vaya a ocurrir a la vista de lo que dicen las encuestas–, y a que Rivera se vea en una situación total de abandono y de retroceso electoral, que le lleve a una situación en la que sólo le quede sumarse a él. Y aun así, seguiría siendo necesario que el PSOE le apoyase o le dejase gobernar para poder hacerlo. Pero la cuestión que parece olvidarse es que los barones y dirigentes socialistas, incluida Susana Díaz, en un comité federal anterior, ya manifestaron su oposición a apoyar un gobierno del PP con o sin Rajoy al frente, lo que hace difícil pensar que un cambio en la secretaria general del PSOE, con un resultado electoral parecido, haría que cambiasen su posición al respecto.

La consecuencia de este escenario es que, pase lo que pase, las posibilidades de ver una coalición de gobierno con la presencia del PP, y más aún con la presidencia del mismo, se antoja harto difícil, incluso aunque cambiase el liderazgo en el PSOE, siendo más probable hoy un acuerdo por la izquierda para lograrlo. Y si alguna posibilidad hubiera de que no fuera así, ésta parece pasar inevitablemente por la exigencia generalizada del resto de posibles aliados de un cambio en la dirección del Partido Popular, circunstancia que no parece querer plantearse en el seno del mismo por considerar que, aún así, el resultado sigue siendo incierto. Cuanto más se tarde en evaluar estas opciones, más difícil será encontrar una solución beneficiosa para los intereses del partido y de los españoles.