Manuel Coma
Las heridas del 11-S francés
F rancia le faltaba su 11-S u 11-M y ya lo tiene. No es lo mismo 17 muertos que los doscientos nuestros, no digamos los casi 3.000 americanos, pero el caso francés no ha sido terror genérico, caiga quien caiga, sino mucho más específico, a favor de la absoluta intangibilidad de todo lo que pretenda ser Islam y contra la libertad de expresión. Todo el que la considera pilar de nuestra sociedad, mucho más si necesita ejercerla como trabajo, se siente directamente concernido. Para ahondar en la herida, la tragedia los –y nos- ha tenido en vilo durante casi tres completos días, se ha desarrollado en diversos escenarios de París y sus alrededores, ha movilizado decenas de miles de policías e interferido la vida de centenares de miles de ciudadanos. Ha desatado muchos fantasmas, en un país preocupado por la inmigración, en el que cerca del 10% por ciento de los censados son de origen musulmán, que no saben cómo integrarse ni muchas veces lo desean.
Defender la libertad prohibiéndose a sí mismo llamar las cosas por su nombre es una bizarra manera de hacerlo, pero eso es exactamente lo que ha hecho el presidente francés, que se ha abstenido en su discurso de mencionar al yihadismo o islamismo radical, trafucándolo todo y no queriendo ver lo que todos sabemos. Será una interpretación aberrante del Corán, pero de ahí y de ninguna otra parte sale. La culpa será de quienes tergiversan, pero ¿hemos visto muchas condenas rotundas de quienes no lo hacen?
El atentado es uno más y no hay absolutamente nada que indique que no lo seguirán otros muchos. Ciertamente, los cuerpos de seguridad nos defienden con razonable eficacia y desbaratan muchos intentos, muchos más de los que llegan a saberse, debido a un necesario secreto que practican en detrimento de su merecida imagen, y más incluso de los que ellos mismos llegan a conocer, pues las medidas preventivas disuaden o abortan muchas malas intenciones. Si, a pesar de todos los pesares, los diez y siete muertos franceses son muchos menos que en otros casos precedentes, un poco de recentísimo contexto nos hace descender todavía más en el abismo del espanto y nos saca los colores por nuestra inevitable tendencia al etnocentrismo. Por un lado, el cada vez más espeluznante Boko Haram nigeriano, de la familia yihadista de Al Qaeda. Si el año pasado le llevó seis meses asesinar a 2.000 civiles, sin que apenas le prestáramos atención, puede que se haya acercado ya a esa estremecedora cifra en sólo los días iniciales del nuevo año. Sumados, más que el 11-S. Por otro lado, los asesinatos hace un mes, por parte de los talibán pakistaníes, de 130 niños y niñas, unos pocos con ráfagas, la mayoría de uno en uno, tumbados en el suelo y con tiro de gracia.
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