Ángela Vallvey

Las Kellys

La Razón
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Se autodenominan «las Kellys», son las camareras que limpian hoteles. Todas mujeres. Yo solo he visto unos pocos hombres ejerciendo esas funciones en países, o muy desarrollados, o muy atrasados. Las kellys se han organizado, casi por casualidad, para hablar con dificultades de su situación. Es uno de esos colectivos donde la precariedad ha dejado más heridas. Ellas ya eran mujeres que arrastraban el dolor de su oficio en forma de enfermedad y cansancio crónico. Ahora, su situación es mucho peor, tremenda. Pocos trabajos más ingratos que adecentar la mugre que dejan algunos clientes que se creen con derecho a casi cualquier cosa mientras están alojados en una hospedería. El problema es que el cliente cada vez paga menos por el alojamiento. Los hoteles han bajado los precios de manera espectacular en estos años, y las kellys son las últimas de una cadena alimenticia donde el más débil pierde todo. Los hoteles compiten con plataformas multinacionales on line de alojamiento compartido. El «hosting» que predomina es un piso o habitación privados con precios tan baratos que han derrumbado el sector. Los clientes que usan estos servicios los defienden con ardor. También los particulares que explotan sus propiedades inmobiliarias, alquilándolas. Unos y otros obtienen beneficios que, de otra manera, nunca habrían podido conseguir. Una amiga me decía hace poco que había viajado con toda su familia a una ciudad «carísima». «Nunca podría haberlo hecho de no ser porque nos alojamos usando los servicios de un gigante on line». Yo respondí que, hasta no hace mucho, cuando uno no podía permitirse algo sencillamente se privaba de ello. Si no podías comprar un coche caro, te conformabas con uno barato. Si no habías ahorrado lo bastante para viajar a Nueva York, te acomodabas unos días en Cuenca... Mi amiga se ofendió. Es la clase de persona que luego prácticamente llora de empatía por la situación de las kellys cuando ve a una de ellas contar su amarga vida en televisión... Deberíamos ser conscientes de los efectos que producen los cambios en los hábitos de consumo que están teniendo lugar en nuestra época. Ser responsables de cada céntimo que gastamos. Saber a dónde va y qué efectos produce nuestro dispendio. Habría que educar a nuestros hijos en la filosofía del gasto responsable. No se puede tener todo en esta vida. E incluso es preciso pagar un canon por mantener viva la conciencia.