José Antonio Álvarez Gundín

Lecciones de Ucrania

La comparación de Cataluña con Ucrania se la debemos al talento intelectual de Francesc Homs, al que nunca se le agradecerá bastante su capacidad para multiplicar el ridículo de Artur Mas. Esa obsesión adolescente de imitar estilos de conducta lleva a los nacionalistas a proponer para Cataluña toda suerte de modelos y arquetipos. Primero quisieron secundar a Quebec, pero los dos referéndum fallidos les desalentaron. Después propusieron el ejemplo de Kosovo, más tarde el de Baviera, de Israel, de Flandes y, por supuesto, de Escocia. A nada que se esfuerce el portavoz Homs, no tardarán en dar el salto a África en busca de nuevas fuentes de inspiración; Suazilandia puede ser un buen comienzo para estos exploradores con problemas de personalidad. No sin razón, Artur Mas ya se ha comparado con Mandela, con Gandhi y con Luther King.

Ucrania, en todo caso, representa todo lo contrario de lo que pretenden los separatistas catalanes. Empezando porque no hay un solo ucraniano que quiera dejar de ser ucraniano, así lo maten. Al contrario, por encima de sus profundas diferencias históricas, culturales, idiomáticas, religiosas y hasta raciales, todos comparten un mismo sentimiento patriótico y no existe una sola región o comunidad que proponga su segregación del resto del país. Los hay que prefieren seguir abrazados a Moscú, mientras que otros muchos desean formar parte del gran mercado de Europa. Los primeros pretenden conservar el viejo orden económico y político que controlan las oligarquías filorusas; los segundos aspiran a una democracia auténtica y a nuevas oportunidades de negocio. Pero ni a unos ni a otros se les pasa por la cabeza romper la nación para solucionar sus disputas. Lo cual tiene mérito si reparamos en que un pescador de Cádiz y un casero de Guipúzcoa pasarían por hermanos gemelos al lado de un ucraniano católico de Kiev y uno ortodoxo de Sebastopol. No obstante, la lección más provechosa de lo que está ocurriendo estos días en Ucrania la ofrece Europa. Tomen nota los secesionistas catalanes de la frialdad con que actúa la Unión Europea ante un intento de cambio de estatus en la escena internacional. Si ha dejado en la cuneta a quienes desean ardientemente ser europeos, imagínense qué haría Bruselas con quienes rompieran la integridad de un Estado miembro. En este club de los 27 nadie entra cuando quiere y nadie sale impunemente. Por lo demás, si algo espanta de verdad a la vieja Europa son esas imágenes ucranianas que reviven la guerra de los Balcanes y el horror que causan los fanatismos nacionalistas.