Luis Alejandre
Leiza
En una de nuestras viejas enciclopedias era descrito como «Municipio de España, provincia de Navarra, 58,78 kilómetros cuadrados, 2.606 habitantes (1970), situado a 47 kilómetros al NW de Pamplona. Patatas, alfalfa y ganado lanar. Su ayuntamiento se ubica en un edificio fortificado medieval».
En la Leitza de hoy, añaden otras fuentes, se instaló una conocida papelera y una moderna carretera lo aproxima a 36 km de San Sebastián, once menos de los que la distancian de Pamplona. Límite claro entre Navarra y Guipúzcoa situado en tierras altas de 700 metros de media, con picos que superan los mil, fue escenario de continuas luchas entre los reinos de Castilla y Navarra. De ahí su castillo medieval. Formó parte de la Diócesis de Pamplona en tiempos de Sancho el Mayor (Siglo XI) y en el XIV este límite fronterizo se definía como «frontera de malhechores». En 1429 en una nueva guerra entre reinos, los castellanos destruyeron el pueblo.
Podríamos continuar su historia hasta nuestros días: tierra de valles y alturas; clima lluvioso y duro; límite entre reinos, entre culturas, entre influencias, entre ideologías.
Hoy es un importante feudo de la llamada izquierda abertzale. Desde las últimas elecciones de 2011 su Ayuntamiento está dominado por Bildu, que obtuvo un 76,14% de votos frente al 11,16% de «Derecha Navarra y Española» (DNE) y un 7,72% de Unión del Pueblo Navarro (UPN).
ETA ha estado más que presente en el municipio. En 1982 asesinó a D. Gregorio Hernández durante uno de los frecuentes ametrallamientos al cuartel de la Guardia Civil y en el que también resultaron heridos otros dos guardias. En 2001 asesinaron mediante bomba lapa al concejal de UPN D. José Javier Mújica, y un año después, al cabo Juan Carlos Beiro, cuando retiraba una pancarta-trampa en la que también resultaron heridos tres guardias.
Con estos antecedentes ya suponen cómo recibieron recientemente al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, acompañado del director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, y del teniente general del Cuerpo, Cándido Cardiel. Hacía treinta años que un ministro del Interior no visitaba Leiza. Ya pueden imaginar las proclamas. Se unieron los del «alde hemendik» (iros de aquí) con los de la declaración de persona non grata. Fue impactante la fotografía de nueve guardias civiles, tranquilos, casco al cinto , defensa (porra) a retaguardia y mirada firme, frente a la vocinglera masa de los de la pancarta del «alde», sucesores de los que, por medio de otra, asesinaron al cabo Beiro y siguen aún impunes. A lo mejor alguno repetía.
Siempre hay motivo para justificar la protesta. En este caso era reivindicar un edificio histórico del pueblo –la casa Muxurrenea–utilizado hasta 1998 por las Hijas de la Caridad y que alberga actualmente la casa cuartel de la Guardia Civil. El arrendamiento por diez años caduca próximamente y el Ministerio ha decidido prolongarlo, en tanto escampa –imagino– la crisis económica y construye la casa cuartel que la Benemérita merece.
Pero entiendo que lo de la casona es lo de menos. El fondo es mucho más sutil. Pero creo que han pinchado en hueso. Conozco al ministro y a lo gente que le rodea. No entienden de atajos, ni de blandenguerías, ni de promesas imposibles de cumplir. Más claro no ha podido ser en sus mensajes. Esto es Navarra y Navarra es España. Y lo que piensa España, lo piensa Francia y lo piensa Europa.
Ya sabe el ministro que ETA no mata desde octubre de 2011. Pero también sabe que los etarras no se han convertido en demócratas por razones éticas o morales. Y mantiene que nunca se legitimarán objetivos que se hayan obtenido por la vía del asesinato, la extorsión, el secuestro o la amenaza.
Y cuando la estrategia de ETA fue siempre la de deshumanizar a sus víctimas, presentándolas como verdugos o como opresores, ahora pretende humanizar a sus terroristas bien presentándolos en el Festival de Cine de San Sebastian como unos chicos con un gran corazón, que nunca apretaron un gatillo – «fueron otros»–, o bien enviando a sus representantes a actos de homenaje a las víctimas. No engañarán. Buscan la misma estrategia con sus presos, los que utilizan a conveniencia, manteniéndoles en la disciplina del grupo, evitando que individualmente se acojan a medidas de reinserción. No pueden permitir que la fuerza social de este colectivo se rompa.
No voy a repetir a ETA y a su entorno –incluido el que fue legalizado por el Tribunal Constitucional– lo que tantas veces han escuchado. Sólo tienen un camino. La sociedad vasca debe desarrollar una transición del régimen de opresión y miedo en el que ha vivido a otro de libertad. Para ello hay que liberarla, precisamente, de esta opresión. ¡Claro que me entienden!
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