Reyes Monforte

Ley Gruyere

Siempre me ha gustado la frase que pronunció el General Charles De Gaulle cuando dijo, refiriéndose a las divisiones internas en la República francesa, que no era fácil gobernar un país donde existen 246 variedades de quesos. Pues imagínese gobernar un país en el que sus principales leyes están llenas de agujeros como sucede en España. Y así están, dándonosla con queso.

A estas alturas ya deberíamos saber que la prisas no son buenas consejeras. Y si se trata de legislar sobre temas importantes, como la vida o la muerte que nos afectan a todos, hacerlo deprisa y corriendo es la mejor manera de que la norma sea una un auténtico desastre que solo sirva para crear controversia y ahondar en los problemas. Referencias tenemos para aburrir, el verbo favorito de nuestros políticos. Solo hay que recordar la ley contra la violencia de género, también conocida como «ley gruyere», en la que los partidos políticos tardaron más de once años en sentarse y ponerse de acuerdo y cuando por fin la aprueban, la llenan de agujeros legales, humanos y materiales haciendo casi imposible su aplicación. Con parches no se legisla ni mucho menos se reforma. Lo cierto es que, quizá pecando de candidez, esperaba un poco más de altura en este asunto.

Al menos espero que cuando una noticia vuelva a sacudir a la sociedad y ésta decida pedirle al Gobierno contundencia y sentido común en leyes como, por ejemplo, la ley del menor (¡Qué también nosotros hay que ver qué cosas les pedimos!), nos ahorren el bochorno de escucharles decir aquello de que no conviene legislar en caliente. Porque con esta ley, se han quemado las manos.