Ángela Vallvey

Liberales

Diferencias: el liberal lucha contra el reto que supone el «despotismo democrático» y desconfía de los colectivismos económicos. El liberal español se desgañita como el que más proclamando su adhesión a la libertad económica pero acaba de visitar a su primo, que es concejal en Marinaleda, para preguntarle «¿qué hay de lo mío?» y hacer un esforzado seguimiento de los trámites que está sufriendo la subvención que solicitó hace un mes para reformar su cuarto de baño. El liberal es consciente de que «una estructura política centralizada» no significa la falta de «comunidades autónomas» sino la imposición de doctrinas igualitarias que cercenan el talento y anulan la necesidad del mérito, de modo que es conocedor de que «igualdad de oportunidades» e «igualitarismo» son conceptos opuestos y hasta excluyentes. El liberal español está en contra de la imposición legal del igualitarismo, pero ha ido al colegio donde estudia su hijo y le ha montado tal aquelarre al maestro que se atrevió a suspenderlo, que el jefe de estudios ha tenido que llamar al Samur y a los de Telemadrid. El liberal defiende la propiedad privada, sí, pero estaría dispuesto a acabar con cualquier forma de gobierno político, con lo que está más cerca de Marx y su «debilitamiento del Estado» de lo que imagina. El liberal español aspira «a gobernar» cuando el presidente de su partido, y los otros ochocientos partidarios que tiene por encima de él, le dejen un puestecito.

El liberal contemporáneo ve con horror cómo crece y se multiplica el Estado impenetrable y gigantesco especialmente en las últimas siete décadas, convirtiéndose en una amenaza para la libertad individual y las libertades cívicas. El liberal español es tremendamente propenso a gritar la palabra «libertad», pero ansía ser funcionario. Sencillamente es que no se ve trabajando en otra cosa, oiga.