César Vidal
Ligorría y las crisis
Conocí al guatemalteco Julio Ligorría hace ya algunos años. Sucedió en una universidad del sur de Estados Unidos donde ambos habíamos sido invitados para participar como ponentes en un congreso relacionado con las diversas problemáticas hispanoamericanas. La diferencia, sin embargo, entre nosotros dos resultaba innegable. Mientras que mi exposición discurrió más por el terreno del análisis histórico en busca de las raíces de algunas crisis, Ligorría se centró en cuestiones eminentemente prácticas. En otras palabras, se adentró en los problemas convencido de que tenían solución. He recordado aquel episodio –primer encuentro de otros muchos rezumantes de la inteligencia y la perspicacia de Ligorría– mientras leía estos días su libro «Crisis». La administración de lo inesperado. Ligorría es mucho más que un teórico. De hecho, tiene una envidiable trayectoria de más de tres décadas como gestor de crisis, y en su haber se halla el haber recuperado más de siete mil quinientos millones de dólares de sus clientes. Ha asesorado a distintos gobiernos de América y, en algún momento –lo sé de manera directa– fue considerado por Washington como el embajador modelo. A juzgar por sus numerosos logros, no creo que semejante aserto fuera una exageración. De ahí lo interesante de leer su libro, en el que delimita una crisis y cómo ésta, casi por definición, se define por su carácter inesperado. Sí, hay gente que anuncia las crisis, pero, por regla general, éstas caen sobre nuestras cabezas y no suelen sorprendernos en la mejor disposición. Sin embargo, semejante circunstancia no significa que tengan que derrotarnos. Tenemos posibilidades de resolver una crisis –y cito sólo algunos de los casos que aparecen en el libro– tanto en los supuestos en los que el pasado descubierto amenaza con arruinar con una carrera política como cuando un gobierno sufre las presiones de poderes económicos o la violencia parece que aplastará las palabras o una amenaza tecnológica enfrenta a la administración con lo desconocido o se produce un elevado número de muertos descubre realidades escondidas. Enfrentarse con las crisis requiere, como extraer una muela o traducir un texto, un conocimiento del tema y de la metodología para enfrentarse a ella. No debería provocarnos inquietud. Sin embargo, exige siempre a alguien que conozca a fondo la situación con la que hay que lidiar, que cuente con bien probada experiencia y que domine la senda de la solución. En otras palabras, es preciso alguien como Julio Ligorría.
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