María José Navarro

Lo normal

La Razón
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La cosa comienza así. La chica iba en pantalón corto. O en minifalda. Tenía más de un novio, varios, era muy sociable. Ponía fotos en Facebook con boquita de beso y salía mucho de noche, tanto que regresaba por la mañana bastantes veces y algo bebida. Era una estudiante regular y los fines de semana se ganaba unas perrillas repartiendo invitaciones en las esquinas de la zona de bares de su ciudad. Seguramente ya no era virgen porque salía mucho y alguien aseguró una vez que la vio fumar algo que no era un pitillo. Alguien lo dijo, no sé, un amigo, un vecino, qué más da. Enseguida en la televisión aparece un experto que cree conocerla de siempre. Y la Prensa, nosotros, supone, traza un perfil, y llega a la conclusión de que ella se equivocó. No debía estar donde estaba, no debía haber ido a esa fiesta, no está bien estar sola, demasiado joven para estarlo. Seguro que iba bebida, a que sí. Iba bebida, llevaba pantalón corto y quizá ya tenía la vida sexual que le diera la gana. ¿Merece que la violen? ¿Se estaba buscando lo que le pasó cuando paseaba sola, en short, tarde, con dos copas? ¿Qué debería haber hecho? ¿No salir? ¿Volver muy pronto a casa? ¿Salir con pantalón largo, sin maquillar, no hablar con nadie? ¿Que mire mucho el armario a ver qué se pone no vaya a aparecer un hijo de perra y no se controle? ¿Ir sola y sin pareja significa que puede ser violada tranquilamente? Desgraciadamente, todas esas preguntas están ahí, en nuestro imaginario colectivo. Cuando la manada se anima a practicar el canibalismo, la que pasa controles es una pobre niña de dieciocho años. «Ella dijo que podía con todos», contó uno de los despreciables que la sometieron hasta la extenuación, hasta que ya fue incapaz de recordar si la penetraron vaginal o analmente. Los psicólogos que han examinado a la chica violada por una panda de hijos de puta en Pamplona dan credibilidad a su testimonio. Estamos de enhorabuena, amigas.