Restringido
Logaritmos y recados
¡Qué listo para los logaritmos y qué tonto para los recados! A la vista del penoso panorama nacional y tras analizar con detenimiento el comportamiento de Mariano Rajoy desde aquel luminoso 20 de noviembre de 2011, en el que cosechó 11 millones de votos y la friolera de 186 escaños, no se me ocurre otra frase que se ajuste mejor al personaje y su reciente peripecia.
Nadie compra lo que no sabe que existe y esa máxima comercial es aplicable a casi todo en la vida incluida la política.
¿Sabían ustedes que ninguna partida de eso que se conoce como «gasto social» es inferior en la actualidad a lo que era en tiempos del socialista Zapatero? ¿Que el porcentaje del Producto Interior Bruto destinado en España a salud en 2015 supera al dedicado en 2007? ¿Que lo mismo ocurre en educación, protección social o desempleo? ¿Y que el PIB español es ahora mayor de lo que era hace cinco años?
Ni siquiera lo sospechaban. Probablemente estén convencidos de todo lo contrario y hayan llegado a la conclusión de que Rajoy y compañía son unos facinerosos empeñados en amargarle la vida a la gente humilde o, si sus simpatías se inclinan hacia los populares, que había que hacer recortes, que los sacrificios eran ineludibles y que no quedaba otro remedio para sacar al país del hoyo. En otras palabras: que el sufrido ciudadano, el penitente que paga impuestos, la gente de la calle y en última instancia el votante, han vivido y lo siguen haciendo envueltos en la falsa asunción de que este Gobierno, ahora en funciones, no nos ha matado de hambre y sed porque no ha podido.
Y ahora viene la pregunta de rigor: ¿No podían Rajoy y sus ministros haberse espabilado un poco? ¿No debían los mismos que ahora peregrinan como almas en pena por los platós de televisión haberse prodigado desde el principio de la legislatura para deshacer el entuerto?
Tras 15 años de ser bombardeada inmisericordemente con la caricatura zapateril de que el PP es un partido demoníaco, que maltrata a las mujeres, odia a los refugiados y condena a los niños a malvivir sin educación o sanidad, un amplio sector de la llamada izquierda española considera más próximo al independentista catalán o al proetarra vasco que al popular mesetario.
Con los mendrugos inasequibles al argumento y el dato poco había que hacer, pero es que en España vota mucha gente que no es ni sectaria ni tonta. Van a las urnas multitud de paisanos que no saben resolver logaritmos, pero hacen de cine los recados.
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