Pedro Narváez
Los pactos de la tortilla
Andan como tórtolos enamorados en busca del rincón secreto donde concederse una cita y superar esos primeros cinco minutos en que ya sabes si puede o no ser la media naranja o la mitad del círculo que faltaba para alcanzar la felicidad, que hoy es un pacto para sentarse en un sillón y asaltar el techo. Fotos no, si acaso ya nos hacemos un «selfie». La nueva política quiere ser tan transparente que se convierte en invisible. Y antes se quejaban del plasma de Rajoy como símbolo de incomunicación. Lo mejor por lo visto es no comunicar nada y así nos ahorramos las preguntas difíciles: si Pablo Iglesias encuentra más guapo a Pedro Sánchez que a Albert Rivera, por ejemplo. Sánchez, el hombre que sí se mira al espejo, no como aconsejaba Juan Vicente Herrera al presidente, sino como la madrastra de Blancanieves. Nadie hay más bello en el Reino de España, aunque cada vez le voten menos. ¿Qué hay de nuevo? Lo viejo. El futuro del país se decide en encuentros clandestinos ante una tortilla francesa sin ni siquiera un jurado «MasterChef» que la apruebe. Los primeros tiempos de la nueva era alumbran, quién lo diría, a una generación de trileros, la profesión más antigua además de la que ya saben. Ha habido encuentros que nadie creería, pero esos los dejaremos para los cotilleos del corazón que todavía se permiten la pena de telediario. Ya irán conociéndose en esta sociedad que abomina del secreto. Todo se mueve en las sombras cuando la consigna era luz, más luz, que fueron las últimas palabras de Goethe antes de que le atrapara la muerte. O sea, que los vivos en realidad estaban muertos antes de agonizar.
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