Julián Redondo
Los principios del cabroncete
Esplendor en el palco del Bernabéu; abajo, la hierba imprescindible. Ante el triunfador, sobre una mesa, en fila, a modo de formación iconoclasta, sus más importantes trofeos, individuales y colectivos. Le arropan su madre, doña Dolores; su hijo, Cristiano Jr.; Jorge Mendes, inseparable superagente –no confundirles con el «086» y la «099», éste es «CR7»–; compañeros, técnicos, directivos, el presidente y masiva asistencia mediática para extender el certificado de leyenda que acredita a Cristiano Ronaldo como el máximo goleador en la historia del Real Madrid. Uno de los mejores del mundo. Mamá, emocionada. El agasajado, en su salsa, sonriente, feliz, distendido y generoso en los agradecimientos. No olvidó a nadie, ni siquiera a los periodistas: «Sé que he sido un poco cabrón con los medios». El cabroncete tiene, además de un instinto goleador que muy pocos de su especie poseen, fundamentos, como Groucho Marx: «Estos son mis principios, si no le gustan busco otros». En serio, cuando se lo propone es convincente, con la palabra y con el balón, y sería ruin restarle méritos. Dentro de un campo de fútbol acumula tantos como trofeos. Fuera... «Ni siquiera Dios agrada a todo el mundo. ¿Cómo lo voy a conseguir yo?», dijo el homenajeado en una ocasión.
Lo que no puede evitar Cristiano son las comparaciones, con Messi, con Di Stéfano, con Raúl... ¿Quién es mejor? Qué más da. Como si no fuera suficiente con haberlos visto jugar, con verles jugar y disfrutar con ellos. Es una suerte para cualquier amante de este deporte. Pero hay gustos y elecciones que no son esenciales, mucho menos cuestión de vida o muerte en tiempos revueltos: ¿fútbol o toros? Por cierto, ayer, día del reconocimiento madridista a su goleador más destacado, cumplió años el diestro Morante de la Puebla. Y Kiko Casilla. Felicidades a todos.
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