Cambios climáticos
Los últimos osos
Erica Coode, del «New York Times», ha escrito la balada de los últimos osos polares. Un reportaje sobre el hielo, cada día más fino, mientras los plantígrados husmean el pueblo de Kaktovik, en Alaska, en busca de cadáveres de ballenas. Hay horas en las que sólo puedes salir a la calle con el rifle en bandolera y un bote de gas pimienta. Los antiguos predadores, lejos de una banquisa en retirada, patrullan las calles, ansiosos de incluir a los turistas en el plato del día. A falta de jubilados con posibles, amantes de la naturaleza y la fotografía, negocian su supervivencia entre los restos de los cetáceos arponeados por los inuits. El futuro del mamífero cazador más grande del mundo está ligado al destino del Ártico; el nuestro baila en la cornisa mientras el CO2 acuchilla la capa de ozono y acidifica el océano. Como el hielo llega cada año más tarde y florece más lejos de la costa, sobre aguas profundas en las que hay menos focas, los osos eligen en tierra, como marinos varados, para reconvertirse entre los vertederos. Los que salen al mar abierto a menudo mueren ahogados o devorados por las orcas. Aunque los números son inexactos y desconocemos casi todo respecto a la salud de las poblaciones del Ursus maritimus, los científicos asumen que están condenados en el largo plazo. De momento, hay pistas, indicios, como la creciente dificultad que encuentran para sobrevivir los osos viejos y los cachorros, así como la disminución en el tamaño y el peso medio de los adultos. Considerado de forma retrospectiva, nada hizo más por condenarlos que el hecho de que Al Gore actuase como embajador plenipotenciario contra el cambio climático. Para la reportera del «Times», el documental «Una verdad incómoda», que hizo de los osos emblema y suvenir, los hizo entrar en campaña. Y ya sabemos que no hay mejor forma para garantizar el ruido que introducir una cuestión, cualquiera, en el circo político. Los osos abandonaron la cima de la cadena trófica para ingresar en los platós. Objeto de trifulcas por parte de unos contertulios que usan la ciencia con el gracejo de un analfabeto homologado, y del otro lado, peluche de unos animalistas entontecidos por su cursilería, el oso y su destino importan en tanto en cuanto garanticen el «share» o alimenten las tesis partidistas. Nadie escucha a los biólogos ni a los climatólogos. Preferimos quedarnos con el «Reader´s Digest» que proporcionan las tertulias mientras alimentamos nuestros prejuicios. Los osos están bien y la mengua del hielo no les afecta, repiten los sagaces negacionistas. Condenados al corto plazo por imposición mental o interés espurio, planificar a 50 años vista nos resulta tan antinatural como la idea de que no todas las acciones de gobierno deben circunscribirse al ciclo electoral. Las generaciones futuras cuestionarán pasmadas la obscena frivolidad de sus ancestros. El destino de todos los seres vivos late intrincado. Tras los osos, el león y la jirafa, llegará el turno de nuestros nietos. Pues nada, oye, que espabilen.
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